Página 156 - ROSARIOCORINTO

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Entre los más fieles devotos del Cristo se encontraba un tal
Manuel quien, a la lógica devoción, por tratarse de uno de los
nazarenos estantes que cargaban al Cristo sobre sus hombros
durante la Procesión, se unía la que provenía de la circunstancia
de que un hijo suyo había estado gravemente enfermo y tras
rezarle al Cristo de la Caridad, rogándole por su curación, su
pequeño había conseguido superar la enfermedad, hecho que
Manuel siempre atribuyó a una intervención directa del Cristo.
Cierto día Manuel, que vivía en la calle Pascual, muy cerca de
Santa Catalina, vio una gran columna de humo que salía desde la
iglesia. Se había declarado un incendio en ella.
Rápidamente corrió hacia la iglesia, llegando ante su puerta
al mismo tiempo que el sacristán. Entre los dos abrieron las
puertas, entrando en el templo y comprobando que el fuego se
había declarado junto a la Capilla que ocupaba la imagen del
Cristo de la Caridad.
Presurosamente, entre los dos intentaron poner a salvo
imagen, pero sólo consiguieron descolgarla de la pared y dejarla
tumbada en el suelo.
Con el Cristo ya en el
suelo, Manuel miró hacia
el techo y vio que una gran
viga de madera ardiendo
iba a caer de un momento
a otro sobre la imagen del
Cristo por lo que, poniendo
en juego su propia vida
mientras pensaba y se
decía:
“Dios está arriba y
no me pasará nada”,
se
tumbó sobre el Cristo para proteger la imagen con su propio
cuerpo, cayendo en ese preciso instante la viga ardiendo sobre
Manuel, salvando con su cuerpo a la imagen del Cristo de su
segura destrucción pero, inconsciente por el tremendo golpe
recibido, Manuel perdía la vida envuelto en llamas.
El alma de Manuel fue directamente al Cielo y al llegar, San
Pedro le recibió y le llevó ante Jesús, comprobando que su
semblante tenía la misma expresión de paz que tenía el rostro del
Cristo de la Caridad.