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UN ALTAR PARA EL CORPUS
Antonio Munuera Alemán
Cabo de Andas del Paso ‘La Coronación de Espinas’
Comisario de Estantes
Tendríamos que remontarnos al siglo XI, en los tiempos de Urbano
IV, para hablar de los orígenes de la fiesta del Corpus Christi, una fiesta
que no era del agrado de todos, criticada por unos y enaltecida por
otros. Sería a partir del siglo XIII cuando
la devoción eucarística
floreciera con gran vigor entre los fieles, en gran medida por la
contribución de Santo Tomás de Aquino, cuyas composiciones
ocuparon
un
lugar
destacado dentro del tesoro
litúrgico de la Iglesia.
Con el paso de los
siglos y bajo el soplo del
Espíritu Santo, la piedad
popular y la sabiduría del
Magisterio se aliaron en la
constitución de costumbres,
usos, privilegios y honras que hoy acompañan al Servicio del
Altar, formando una rica tradición eucarística.
Aún en el siglo XIII, surgieron las grandes procesiones que
llevaban al Santísimo Sacramento por las calles, primeramente
dentro de un copón cubierto y después expuesto en un ostensorio.
Pero, el amor eucarístico del pueblo fiel no se restringió solamente
a manifestaciones externas; al contrario, eran la expresión de un
sentimiento profundo puesto por el Espíritu Santo en las almas, en
el sentido de valorar el precioso don de la presencia sacramental
de Jesús entre los hombres.
La Eucaristía es el mayor y más sublime de todos los
Sacramentos. Es la sustancia, el verdadero Cuerpo, Sangre, Alma
y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.