Página 36 - ROSARIOCORINTO

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Pero cuidado, a menudo sucede que nos confundimos en el
concepto de la corrección fraterna, y esta se extiende más allá de
lo que nos pide el Señor, y en vez de corregir, solo causamos
heridas y dolor, por tanto debemos ser muy prudentes al hacerla,
pues ésta deber hacerse siempre con caridad y como respuesta al
cariño que tenemos a quien se la pedimos. San Agustín nos enseña:
corregir por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la
cariñosa intención de lograr su enmienda. Si así lo hacemos,
cumpliremos muy bien el precepto: “si tu hermano pecare contra
ti, repréndelo estando a solas con él” ¿Por qué lo corregimos?
¿Porque nos apena haber sido ofendidos por él?. Si lo haces por
amor propio, nada haces, en cambio, si es el amor lo que te mueve,
obras excelentemente. Las mismas palabras enseñan el amor que
debe moverte, si el tuyo o el suyo: “si te oyere –dice- habrás ganado
a tu hermano”. Luego has de obrar para ganarle a él. (Sermón 2,4).
Durante toda nuestra vida, debemos intentar vivir de la
mejor forma “con” y “por” la caridad, pues en ella se expresa
fielmente el amor fraterno, es así como Cristo siempre nos enseña
que hemos de dar y buscar el amor al prójimo. En esta
hermandad, Cristo nos invita a orar juntos, “si dos de vosotros se
unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se
lo concederá”. Cristo, el Santísimo Cristo de la Caridad, pide con
estas palabras unidad, acuerdo, sin embargo debemos
preguntarnos ¿Por qué nos cuesta tanto ponernos de acuerdo?
Estar de acuerdo es lo que más nos hace falta, especialmente si
estamos comprometidos con trabajar por un objetivo común, si
verdaderamente, cuando nos reunimos, Él está presente entre
nosotros, y no lo hacemos simplemente por temas materiales, sino
lo hacemos porque hemos sido convocados por su palabra y
animados por su Espíritu.
Benedicto XVI, nos dice que la caridad va más allá de la
justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo «mío» al otro; pero
nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es
«suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No
puedo «dar» al otro de lo mío, sin haberle dado en primer lugar lo
que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás,