Página 69 - ROSARIOCORINTO

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puntillas mientras organizan la carrera, y los estantes nos ofrecen
un repertorio interminable de medias de repizco y de enaguas
almidonadas. Y todos, absolutamente todos, impregnados de una
grandísima emoción, una emoción que se contagia y que
sobrecoge, un sentimiento encontrado de alegría y de dolor, de
fiesta y de pasión.
Cada hermandad, orgullosa, precede a su paso y sus
imágenes, que aparecen en sus brillantes tronos, engalanadas de
flores. Y me recreo en cada trono viendo cómo el escultor ha
plasmado ese momento concreto de la Pasión: las expresiones de
las caras, los pliegues de la ropa, la policromía de las tallas,…
Pero, sobre todo, mientras lo veo pasar, pienso en el entusiasmo y
el esfuerzo del escultor y los cofrades que muestran, satisfechos, un
trabajo lleno de sentimiento y respeto.
Y suena la música. Las bandas escoltan a los tronos
interpretando marchas pasionarias, esas marchas que ya conozco,
y que me hacen balancearme en mi silla con un ritmo solemne,
cadencioso, andante. Otras veces es la burla, con su sonido roto de
tambores y trompetas. O, simplemente, un tambor, marcando el
paso sobrio, solitario, casi triste.
Ya llegan los últimos pasos. Cuando aparecen el Señor y la
Virgen, parece que se hace un poquito el silencio. La gente se
levanta y se santigua, y reza a su paso. Yo me levanto y me
persigno, y siempre le doy gracias por lo que tengo, y sólo le pido
salud para mí y los míos, como casi todo el mundo hace. Es un
momento
de
recogimiento,
de
reflexión, de devoción.
Al final, la presidencia
y las autoridades. La
satisfacción del trabajo
realizado, el regocijo de
haber
sacado
la
procesión,
la
recompensa a todo un