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UN ESTILO PROPIO, UNA DEVOCIÓN UNIVERSAL
Diego Avilés Correas
La exclusividad es un valor que se paga muy caro, pues obtener algo que nadie tiene te hace especial
y llega a ser una doctrina por la que muchos pagan todo lo que tienen. Precisamente en Murcia disfrutamos
de ello, pero por desgracia muchas veces no lo valoramos.
Cuando llega la Semana Santa, Murcia parece ser una zona hermética donde sólo nosotros
disfrutamos de nuestras "formas" lo cual nos hace singulares. Deberíamos ser incansables luchadores y
defensores de un estilo propio que nos invita a poder hablar de nuestra Semana Santa como algo
irrepetible e inimitable porque somos murcianos.
España en definitiva es un mapa irregular formado por cientos y miles de tipos de Semana Santa,
pero precisamente la idiosincrasia de hasta el más pequeño pueblo de la zona alta de Navarra nos
enriquece. Si analizamos cada lugar, hasta la forma de llevar a cabo los preparativos, las tradiciones
familiares al respecto e incluso el lenguaje, es dispar. Siempre he pensado que una procesión no sólo es
única por su estilo sino también por la forma de apreciarlo y sucederlo debido al carácter de sus gentes.
El murciano se emociona al ver un paso "bien hermoso" dar una curva "pegadica" de esas que hacen
que mucha gente se levante de las sillas, pero no te molestes, que si ese punta tarima tiene que apretar un
poco más, se dejará el alma para que el paso no venza. Sin embargo en Málaga disfrutan de grandes palios
llevados por cientos de personas que giran de manera impresionante y al ritmo de la música en espacios de
-normalmente- grandes avenidas
El murciano se emociona al ver a un punta de vara sacar los pies y clavar sus esparteñas mientras
disfruta observando la delicadeza del bordado de sus medias: "mira que puntillas más bonicas lleva en las
enaguas" -dicen- a lo que estante responde; "las hizo mi abuela" porque eso es nuestra Semana Santa, tal y
como somos nosotros: espontáneos. Sevilla, la gran Sevilla, en mucho nos diferencia. Allí no hables que te
chistan y no se te ocurra mirar antes los pies de los costaleros que a la "Madre" que va bajo el palio. Ellos
tienen una Semana Santa archiconocida y un arte que sólo ellos saben lucir, una delicadeza y una
profesionalidad digna de admirar pero que no deja de ser desigual pero no opuesto a nosotros, nuestra
profesionalidad está definida de otra manera.
El murciano disfruta del ruido de las lágrimas de cristal chocando con las tulipas del paso mientras
anda, de fondo suena la marcha "Nuestro Padre Jesús Nazareno" y las campañas de la iglesia vitorean la
salida del titular. En muchas zonas castellanas el silencio solo es roto por el ruido de la cruz que vibra con
el movimiento del paso. Puedes oír la respiración de los penitentes en algunas callejuelas muy estrechas e
incluso en algunos pueblos, el único acompañamiento musical es el ruido de las cadenas, que atadas a los
pies de los penitentes, se arrastran por calles de piedra.
Como vemos, Murcia es diferente. Un protocolo más o menos común, establecido hace cientos de
años se ha ido transformando por necesidades prácticas y culturales junto con el paso del tiempo creando
nuestro estilo propio, que acompañado de nuestras formas de vivirlo, dotan de particularidad nuestra
manifestación cultural más antigua.
Soy partidario de la práctica inexcusable de ello y en este marco debo confesar que admiro
enormemente a la Cofradía de la Caridad. Ellos aun siendo una de las cofradías más jóvenes pueden y
deben sentirse orgullosos junto con muchas cofradías castizas de su puesta en escena. Sus túnicas de
mayordomo aún conservan las puntillas y la pajarita, las borlas de algodón y el Rosario al lado del corazón.
Sus estantes van vestidos de corto y a la perfección, en muchos de ellos aún podemos ver algún pañuelo de
seda bien amarrado a la cabeza. Los pasos andan murciano, despacico y del tirón, además gracias a sus