Página 245 - ReviSTA01

Versión de HTML Básico

250
-¿Qué desea?- me preguntó, mirándome con un gesto muy serio. -Busco al anciano que vive en
esta casa- contesté.
-Mi padre murió ayer, al caer la tarde- dijo entre lágrimas.
-¡Murió!- dije apenado. Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me
humedecieron.
-¿Usted quién es?- volvió a preguntar. -En realidad, nadie- contesté y agregué: -Ayer pasé frente
a
la
puerta
de
su
casa
y
estaba
su
padre
sentado. Vi que lloraba y a pesar de que le saludé no me detuve a
preguntarle qué le sucedía, por lo que hoy volví para hablar con él pero veo que ya es demasiado
tarde-.
-No lo va a creer, pero creo que usted es la persona de quien habla mi padre en la última
anotación que hizo en su diario ayer, antes de morir-.
Extrañado por lo que me decía, le miré pidiéndole más detalles.
-Por favor, pase-. Me dijo aún sin contestarme. Después de servirme una taza de café me llevó
hasta donde estaba el diario de su difunto padre donde, en la última hoja se podía leer: -Hoy pasó
frente a mi puerta un nazareno corinto que entró en el Cristo de la Caridad cuando yo me jubilé en el
paso. Me regaló una sonrisa sincera y un saludo amable. Hoy es un día bello-.
Tuve que sentarme porque las piernas no podían tenerme más tiempo en pie. Me dolió el alma
de sólo pensar lo importante que hubiera sido para ese hombre que yo cruzara aquella calle.
Me levanté lentamente y al mirar al hijo del anciano le dije: -Si yo hubiera cruzado la acera y
hubiera conversado unos instantes con su padre...-
Pero me interrumpió y con los ojos anegados en lágrimas me contestó: -Si yo hubiera venido a
visitarle al menos una vez este último año, quizás su saludo y su sonrisa no hubieran significado tanto-.