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LA PLAZA DE SANTA CATALINA
Antonio Vicente Frey Sánchez
Historiador
La plaza de Santa Catalina, emblemático lugar de Murcia, donde tiene su solar la Iglesia que le da
nombre a la plaza, tiene una rica historia en el seno de nuestra ciudad. En la actualidad es el
emplazamiento desde donde los murcianos contemplamos la salida de la procesión del Santísimo Cristo de
la Caridad, pero también reúne edificios singulares cargados de historia, que hacen de ella un punto de
interés. Podemos encontrar el museo de Ramón Gaya, en la antigua casa de los Palarea, y frente a ella, en
un edificio antiguo excelentemente rehabilitado la que fue casa de los administradores de sus bienes.
Donde hoy se levanta el edificio de la Unión y el Fénix antiguamente se erigía el Contraste, majestuoso
edificio del siglo XVII, que sirvió de depósito de armas del concejo de Murcia, centro de fiscalización de la
producción sericícola y, por último, museo de bellas artes hasta su demolición en los años cincuenta, dada
su pésima conservación.
La plaza de Santa
Catalina siempre jugó un
papel muy importante en la
historia de Murcia. En la
Edad
Media,
tras
la
Reconquista, hizo las veces
de plaza mayor de Murcia.
De este modo, como nos
relatan los trabajos del
recientemente fallecido Juan
Torres Fontes, en ella se
reunía el Concejo en sesión
abierta hasta que en el
reinado de Alfonso XI su
estructura pasó de concejo
abierto a regimiento cerrado.
También, los documentos
históricos indican que en aquel lugar lo solía hacer el tribunal de aguas y los miembros de los distintos
heredamientos que conformaban la huerta de Murcia. Todo ello en la puerta de la iglesia de Santa
Catalina, tal y como lo hace el tribunal de aguas de Valencia en la puerta de su catedral. Pero no sólo eso:
el que fue cronista oficial de Murcia, Nicolás Ortega Pagán, se encargó de relatarnos que tanto en la Edad
Media como en la Edad Moderna, en la plaza de Santa Catalina se efectuaban las principales
proclamaciones, comenzaba su discurrir el pregonero de la ciudad, o se realizaban algunas ejecuciones
públicas. En efecto, cuando fallecía un rey, además de construirle un túmulo conmemorativo en la
Catedral, y hacerle las exequias, tras la proclamación del siguiente, éste nuevo era igualmente proclamado
en todas las ciudades de realengo de España, de forma que en la Plaza de Santa Catalina se realizaba el acto
con toda la solemnidad posible, y luego concluía con una procesión por la ciudad hasta el alcázar mayor.