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quiere expresar. Si tuviera que reflejar con dos palabras qué me transmiten los enfermos en Lourdes, sin
duda diría: Alegría y Esperanza.
Se me viene a la cabeza un ejemplo. Si en una isla perdida en mitad del mar encontramos una
persona, que siendo nativa de la misma, nunca ha probado el sabor dulce, no sabría de qué manera
transmitirle como es ese sabor, esa experiencia. Pues a eso es a lo que me enfrento al aceptar escribir estas
palabras sobre Lourdes y la Hospitalidad, pero nos enfrentamos a ello a continuación, con la sensación de
que no seré capaz de transmitir nada de lo que en Lourdes se vive, de transmitir un ápice de ese sabor
dulce.
La Hospitalidad
tiene a lo largo de todo
el año una actividad
incesante,
es
un
movimiento de nuestra
Iglesia Diocesana, vivo y
activo. En el transcurrir
de los meses del año, la
Hospitalidad organiza
convivencias en sus
distintas Delegaciones,
este año por ejemplo se
celebran en Alhama de
Murcia, San Javier,
Cartagena,
Murcia,
Jumilla, Archena y
Totana. Más de mil
personas nos reunimos
en cada una de estas
convivencias
y
compartimos
un
día,
donde enfermos, camilleros, enfermeras, sacerdotes, personal sanitario, niños y jóvenes conviven en torno
a María. Se visitan enfermos en Navidad, se pasea con ellos a ver los distintos belenes que se montan en la
ciudad de Murcia, las distintas delegaciones organizan actividades en sus pueblos y ciudades, obras de
teatro, rondallas, actos benéficos, rifas, belenes, cenas, meriendas, el enfermo se siente acompañado y
querido. Y por último llegan los días más esperados por todos los que somos y nos sentimos hospitalarios,
los días de nuestra Peregrinación a Lourdes, la cual presidida por el Obispo de la Diócesis, cumple
plenamente su objetivo y acompaña a más de 190 enfermos hasta los Santuarios de Lourdes.
Y llegados a Lourdes damos comienzo a nuestra Peregrinación, a nuestro encuentro con María, a
nuestro caminar como cristianos. Antes de que salga el sol, cuando todavía esta la noche cerrada, a las
6h00, más de doscientos voluntarios se dan cita en torno a la imagen de la Virgen Coronada para hacer una
oración y dirigirse al Centro de Acogida Notre Dame a despertar, asear y vestir a los enfermos. El mismo
Señor se encuentra en cada uno de ellos, Cristo se esconde en el cuerpo retorcido, mutilado, deforme, y te
mira, te observa, te sonríe, te ama. Se hace realidad el Evangelio. Y de repente, te sientes pequeño, muy
pequeño, ante ese cuerpo retorcido, te sientes privilegiado, te sientes indigno de todo lo que tienes en la
vida y no aprecias, no valoras y no agradeces, te sientes en manos del Señor, y tú que entrabas con miedo a
esa habitación, resulta que te empiezas a sentir feliz, muy feliz, lleno de una paz que solo el que lo ha vivido
es capaz de entender, y empiezas a darte cuenta que el atarte los zapatos, el cambiarte de ropa, el asearte tú
solo, son particularidades de la vida que no todo el mundo puede hacer; que hay personas que darían todo
lo que tienen por poder hacer y que además tu a diario haces, sin valorar, sin agradecer. No se trata de
conformismo, se trata de sentir al Señor muy cerca, en una palabra, una mirada, una sonrisa. Se trata de