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MI CÁMARA FOTOGRÁFICA, CIRIO Y FAROL DE MI SEMANA SANTA
Ana Bernal
Fotografiar la Semana Santa se ha ido convirtiendo poco a poco, pero sin tregua, en una
PASIÓN
para mí. En parte, y al principio, tal proceso fue debido, qué duda cabe, a los colores, a la música,
al fervor, al aroma intenso del incienso. Todas estas sensaciones y muchas otras más, fueron
introduciéndose a través del objetivo de mi cámara, de todo eso que yo sentía al mirar y admirar
todas esas realidades, materiales y espirituales. Luego, todas esas sensaciones exteriores e interiores
se fueron encarnando en mí.
Todo comienza dentro de la iglesia, de la sede de la Cofradía, cuando observo como se van
saludando, abrazando los amigos cofrades, en un saludo que es bien distinto a los que pudieran ser
los parabienes de un mediodía de aperitivo o similar ocasión laica. Ellos vuelven a revivir esa
experiencia integral un año más -aunque tal vez para algunos sea el primero–: la pasión por volver a
procesionar, de sacar las imágenes a la calle, de exponer sus pasos a la admiración piadosa de la
gente. Y son los rezos conjuntos, las miradas de complicidad y satisfacción por todo un año entero
de espera. Y llega el momento de abrir las puertas del templo. Y viene entonces ese bullir, ese
hervor que se siente por dentro del alma y por el cuerpo mismo, por las entrañas, los huesos y la
piel de todos y cada uno de los nazarenos y estantes. También de esta fotógrafa.
Ya en la calle, cámara en ristre y cargada de mochila con todo el equipo, allá que voy en idas y
venidas a todo lo largo de la procesión. Un carrusel de sube y baja, una y otra vez en busca de los
ojos nazarenos, esos que se esconden tras el capuz, queriendo captar sus sensaciones. Y de tantas
otras cosas más, propias del instante y de mi inquietud creadora, que busca nuevos encuadres,
perspectivas insólitas, juegos de luces y colores que sorprendan o, por el contrario, que sacralicen
una estampa conocida, ya clásica.