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Los niños observan como baja
el trono hasta quedar las varas
a la altura de la cintura de los
que lo llevan, la Virgen del
Rosario entra en la plaza entre
aplausos, que se confunden
con la música tan emotiva que
no ha dejado de sonar desde el
inicio del trayecto. ¡Lo han
conseguido!
Pero el momento favorito de
André es sin duda la lluvia de
pétalos de rosa que ha caído
desde las ventanas del
Monasterio de Santa Ana, no
ha podido ver bien a las
monjas dominicas, le han
explicado que ellas fueron las
madrinas de la bendición de la
imagen de la Virgen y que en
ese monasterio tiene su sede la
Cofradía de Gloria del
Rosario, no le extraña que
quieran hacerle un regalo tan
especial como este.
¿Cuánto tiempo llevan ya
caminando?
¿Lo
estará
haciendo bien? Le quedan dos
estampas de la Virgen, una de
ellas la tiene reservada…
cuando el Obispo desde el
balcón del Palacio Episcopal
lanza una bendición, empieza a
tomar conciencia de que ya se encuentran cerca del punto de partida, en su pecho siente algo
parecido a cuando se despide de su amigo de la playa hasta el verano siguiente ¿Será tristeza?
No esperaba encontrar tantísima gente en la plaza de Santa Catalina. ¡Estaban tan silenciosos!
La banda entona el himno nacional, entra el trono en la iglesia, en el corazón de André los racimos
de emociones vividas empiezan a dejar una huella en su corazón: el privilegio de haber formado
parte de una Hermandad que ha hecho posible este ―viaje inolvidable a la pasión de nuestra
Semana Santa‖.
Toda mi gratitud por esta maravillosa experiencia.