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MISA POR EL ALMA DE LOS COFRADES FALLECIDOS
David Alpañez Serrano.
Si bien es cierto que el acto más destacado de la Cofradía de la Caridad es la procesión y que la
mayoría de los esfuerzos que se realizan van encaminados a que el cortejo salga con la dignidad y
fastuosidad que requieren nuestras imágenes sagradas, el año pasado disfruté de una mañana de
Sábado de Pasión que, para mí, fue mucho más importante y profunda que lo vivido por la tarde.
Momentos que me acariciaron el alma de un modo tan intenso que sentí como si un soplo me
dejara lleno y vacío al mismo tiempo.
Desde que amaneció el día una serena alegría se apoderó de mí. Salí a la calle temprano, caminé
lento y, con el espíritu y los sentidos aguzados, llegué hasta la plaza de Santa Catalina. Poco a poco
fueron llegando miembros de la Cofradía. Los sonoros abrazos fueron sentidos y el café olía y sabía
mejor que cualquier otro día.
08:30 Café en el Fénix
Poco antes de que dieran las nueve entré en la iglesia de Santa Catalina. El suelo estaba
enmoquetado, para proteger el piso, y las imágenes se encontraban sobre sus tronos flanqueando la
nave central. Me senté en uno de los bancos junto a mis compañeros del Cristo y, en ese
momento, cuando comenzó el culto, tomé conciencia de la extraordinaria energía que se respiraba
en el templo. Las palabras del padre Julio fueron acogidas con entusiasmo por los hermanos
cofrades, las lecturas y las peticiones se sintieron más hondas al acompañarlas con la
contemplación de las imágenes en sus pasos, pero sobre todo resultó intenso el momento del
recuerdo de los cofrades fallecidos en el último año, que en definitiva es la principal motivación de
esta celebración. Fue un instante en el que la emoción me hizo vulnerable y aunque me resistí, el
nudo de la garganta terminó por transformarse en lágrimas. Me conmovió pensar en aquellos
estantes que perdieron a un ser querido y que por la tarde cargarían orgullosos el trono
acordándose toda la carrera de ellos, de esos mayordomos, penitentes y cabos de andas que
dedicarían su estación de penitencia a la memoria de los suyos y a rezar a nuestros titulares para
que intercedieran ante Dios. Para mi asistir a esta misa fue poder decirles a esos hermanos,
estamos con vosotros, os acompañamos en estos momentos difíciles.
Pero compartir esta mañana en Santa Catalina también supuso ser partícipe de la felicidad de la
familia corinta. Cuando llegó el momento de darse la paz sentí la energía de la hermandad, una
fuerza que es la suma de la ilusión de tanta gente y que cristaliza en la procesión de la tarde.