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MARÍA CONTEMPLA Y ADORA
LAS CUENTAS DEL ROSARIO EN LA TARDE DEL SÁBADO SANTO
Alfonso Martínez Pérez
Tarde de Sábado Santo, atrás
quedaron
los
lamentos
desgarrados del Calvario, atrás
los gritos y los flagelos, los
clavos y las espinas, la lanzada y
el velo rasgado. Es la hora del
silencio, la hora de la espera.
Es el día de María por
excelencia, el día de la Fe, la
tarde de descontar minutos, la
noche donde todo se hace
nuevo. Tarde de oración
serena, de estar en silencio al
lado de María, la Virgen
Madre, en cuyo corazón
resuena la Promesa del Hijo.
María, en silencio, contempla y
adora… Como en Nazaret, como en Ain Karem, como en Belén, como en el templo, como en
Egipto, como en Caná, como en la Vía Dolorosa, como en lo alto del Calvario… María contempla
en su corazón, espejo del de su Hijo, adorando al Dios del Magníficat que derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes. Es la hora de la espera, la hora de la confianza, la hora de los
creyentes, es la hora donde el
―todo está cumplido‖
cobra un sentido de confianza y seguridad en
la fe, de reconocerse pequeño en lo visible ante la grandeza de lo invisible.
Así la contempla Murcia: arrodillada, meditativa, orante, ensimismada pues toda ella es reflejo de
Dios, reconociendo firme en la fe, aun entre lágrimas, que la Palabra se cumplirá.
Es en esta tarde santa, casi al cierre de la Semana Mayor, cuando la plaza de Santa Catalina se hace
Jerusalén para acoger la sagrada presencia de la Madre del Señor que en su dolor contenido,
permanece firme, creyendo, esperando y confiando. Sólo hablan los corazones; sólo la oración
murmurada en esa cadena de flores llamada Rosario, mientras la mezcla de aromas y sonidos de
campanillas y marchas fúnebres anuncia que la Madre está en la calle como sólo ella sabe hacer:
Consolando e intercediendo.
Acompañar a María en sus soledades querer ser pañuelo de las lágrimas serenas que acarician sus
mejillas; es querer llorar con ella; es poner el corazón y el alma dentro de su corazón de Madre
para con ella vivir en la oscuridad de la Noche, con mayúsculas, el Paso del Señor: la Pascua. Pero
sobre todo, acompañar a María en el día del silencio de Dios, es desgranar suavemente entre las
manos cansadas de trabajos y fatigas el bálsamo que suponen las cuentas del rosario; es ofrecer en
cada suspiro hecho oración anhelos, inquietudes, ruegos y plegarias. Mientras, María, sostiene en
sus manos el Rosario detrás de cuyas perlas se esconden los dolores y sufrimientos, los llantos y
lamentos de toda la humanidad y de sus manos llegan a su corazón de Madre y de él, en directa
conexión al corazón ardiente de Cristo.