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Así es como María, en su meditar por nuestras calles deja correr entre sus manos purísimas la
cuenta de los enfermos, la cuenta de los que viven en soledad sin nadie con quien compartir una
lágrima o una sonrisa, la cuenta de los que se sienten abandonados, la cuenta de los que no tienen
trabajo, la cuenta de los hombres y mujeres que han perdido su libertad, la cuenta de los cristianos
perseguidos por su fe, la cuenta de los emigrantes, la cuenta de los que son víctimas de la guerra y
el terrorismo, la cuenta de los que lloran sin esperanza la pérdida de un ser querido, la cuenta de
los que no encuentran el sentido de su vida… Y ante este repetir silencioso y dramático de
soledades, miedos, fatigas y sufrimientos, una lágrima recorre la mejilla de María y una vez más,
Ella, en silencio, confía y adora:
―Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…‖
Este devenir de dolores y sufrimientos no es nuevo para la Madre. Ya lo había presenciado de
forma íntima, en lo más hondo de su corazón, en el encuentro con el Hijo en la Vía Dolorosa. En
esa dramática escena donde Madre e Hijo cruzaron sus miradas, pudo la Madre ver, unidas de
forma inseparable a la Cruz del Hijo el innumerable reguero de cruces de cada día que a tantos
hombres ahogan y aplastan. Cristo abrazado a la ―Cruz de cruces‖ camina entre insultos y golpes
camino del Calvario. Todas las cruces sobre el hombro de Cristo, todo el sufrimiento de los
hombres contenido en el corazón traspasado de María.
―El Poderoso ha hecho obras grandes en mí…‖
diría María al proclamar el Magnificat en el
anuncio del Ángel. El Dios de la Vida había henchido el corazón de María de un amor tal que
pudiera ser medicina y ungüento para calmar las penas y fatigas de toda la humanidad.
Querido lector, cuando en la próxima Semana Santa ya en puertas, veas pasar por delante de ti a la
Madre del Señor, clava en ella tu mirada; pídele mirar con sus ojos el misterio de la Cruz y déjala
que acaricie tu alma y cuando sientas que un suspiro se te escapa, entonces mira sus manos y verás
cómo se deslizan las cuentas del rosario donde van talladas todas nuestras miserias, para a través de
su corazón de Madre, llegar al Hijo que, una vez recogida la procesión y en la noche cerrada,
volverá a resonar inmortal y glorioso: ―Cristo, alfa y omega, principio y fin‖
Señora de Santa Catalina, de la espera, de la confianza, del dolor hecho oración, Madre del Alba…
ruega por nosotros.