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SU INCONDICIONAL AMOR AL PADRE
Javier Muñoz Hernández
Nazareno del Año 2015
Para comenzar este escrito, y de igual forma que he hecho
en otros que ya he redactado con anterioridad, lo
primero que quiero es agradecer al Real y Muy Ilustre
Cabildo Superior de Cofradías de Murcia el
nombramiento con el que ha tenido a bien distinguirme
este año 2015. Del mismo modo, quisiera agradecer a la
Muy Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de
la Caridad, que a través de su Presidente, buen amigo y
nazareno, me brindó la oportunidad de participar en la
elaboración de la revista de este año aportando unas
modestas letras.
Cuando Antonio José me pidió que intentara plasmar en
un papel los sentimientos que me despierta la Cofradía
de la Caridad, no dudé un segundo en decirle que sí y, sin
embargo, no he sido consciente hasta este mismo
momento de lo complicado que resulta para mí, pues el
entramado de sentimientos que se despiertan en mi
interior cuando recuerdo la tarde del Sábado de Pasión
me resulta imposible de trasmitíroslo en estas líneas.
El año pasado, por no remontarme más atrás, estaba con mis hermanos, una sobrina y un amigo,
todos nazarenos. Teníamos nuestras sillas frente a la farmacia que hace esquina entre Santa
Catalina y la plaza de las Flores. Habíamos estado un buen rato recorriendo unos ciento cincuenta
metros de la carrera buscando, a nuestro criterio, el mejor sitio para ver salir la procesión. Por fin,
uno de los cinco dijo:
-¡Aquí, en la misma esquina, que veamos bien girar los tronos!
Pues bien, lo dicho, estábamos en la misma esquina. Sin darnos cuenta empezamos a vernos
rodeados de un río que inundaba ambas plazas y discurría
en dirección a uno de los rincones más
castizos y nazarenos de Murcia, la plaza de Santa Catalina. La corriente tenía un color extraño, sus
aguas no eran
claras, eran rojo corinto y venían coronadas por una cegadora espuma blanca.
Cuando acerté a vislumbrar lo que nos
rodeaba, advertí que esas aguas rojizas no
eran otra cosa que las túnicas de los cofrades
que iban en busca de su Santísimo Cristo de
la Caridad, y la espuma blanca las cintas,
pajaritas y puntillas de sus estantes y
mayordomos. Eran, en definitiva, ¡mis
compañeros nazarenos de la Caridad!
Los cinco quedamos atónitos, igual que niños
hipnotizados por un faquir, e intentábamos al
mismo tiempo, no entorpecer el curso de