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distinguiría como antaño estas procesiones de las restantes del país. Conviene por ello poner el
acento en la restauración formal de la Semana Santa incidiendo en la necesaria adecuación del
aderezo procesional a los valores que le fueron impresos en los siglos anteriores; en definitiva,
apostar por la cera como signo de identidad de unas procesiones netamente mediterráneas cuyo
uso de la luz tanta importancia tiene para la correcta percepción de sus imágenes.
Si ponemos la vista en la realidad de un trono completamente iluminado con candelabros cuajados
de velas, la realidad resultante presenta un conjunto armónico donde la intensidad de la luz
eléctrica no deslumbra las retinas; así, la visión del conjunto escultórico es mayor y no se refuerzan
unas zonas de las imágenes sobre otras. El deseo de que todas ellas presentasen una semejante
intensidad lumínica ayudaría a la perfecta integración del todo en una unidad reforzada por la
simétrica distribución de los candelabros. También ganaría en esa belleza formal un mayor criterio
de los diseños elegidos para la ejecución de los tronos pues los candelabros de robusta talla ocultan
parte de las escenas contrariamente a los antiguos. Estos últimos, mucho más esbeltos, permitían
un mayor contraste de policromías, dorados,…, así como una percepción mayor de la entidad
escultórica de las tallas. Su carácter diáfano constituía una suerte de malla dorada que vertebraba
las imágenes dentro de una misma funcionalidad óptica. Así, la llama de la vela devendría en
elemento articulador, plástico que, en realidad, revestiría los pasos aportando una luminosidad
bella y uniforme, sin los contrastes que tanto desvirtúan la homogeneidad de los conjuntos.
Una plasticidad que, como en el caso de los recursos barrocos, no desnudaría la realidad material
de la talla policromada sino que la realzaría como parte de un discurso catequético. Así, evocando
aquella naturaleza litúrgica se reforzará igualmente el sentido de la procesión como evento sacro;
prolongación efímera de la devoción eclesiástica en las cada vez más profanas arterias de la ciudad.