Página 61 - revista02

Versión de HTML Básico

61
mayor énfasis plástico de la experiencia religiosa. No debe olvidarse que tanto el oro, parangonado
en las corlas de las superficies de los tronos, como el fuego que prende los incensarios son
―presentes regios‖ y prefiguración aromática y visual de Cristo. Nada de ello, por el contrario,
revela la luz eléctrica que, en medio de este clímax sagrado, tan sólo distorsiona, aniquila, el
mensaje teológico de lo representado.
En esta retórica para-litúrgica es donde los candelabros realizados al modo de los correspondientes
a los antiguos tronos del XIX muestran su profunda reivindicación sacramental. La presencia de las
lágrimas de cristal que penden de las tulipas golpeando insistentemente el tallo del candelabro y
extrayendo su sonido característico, emulan con su tintineo las campanas de la consagración
Eucarística. Así, igual que las campanillas insertas en la Custodia de Pérez Montalto (1678)
anuncian la llegada del Corpus Christi a las calles murcianas, el tañido de los candelabros favorece
la inserción de la talla policromada como objeto de culto primordial en las procesiones.
Esta fórmula sensitiva nos habla de una plástica de la religión puramente vitalista donde lo bello,
parangonando a San Agustín, es reflejo comprensible lo divino. Es una muestra más de la
proyección de una religiosidad que entra por los sentidos en contraste con la austeridad silente del
protestantismo; una fórmula plena de
―alegrías y no de penas‖
. Así el Verbo se hace tangible y
detectable por medio de la experiencia enalteciendo el goce de su presencia por medio de una
plasticidad que se contrapone a la frialdad rigorista; en este modo, el candelabro ofrece el matiz de
una celebración primaveral, festiva en definitiva, que rompe el ritmo de la interioridad cuaresmal.
El discurso de la Pasión entra en las calles por medio de lo sensitivo, lo visual, lo sonoro,…,
trascendiendo la concepción de una religión sólo apta para intelectualidades elitistas y filosóficas;
así la actitud de los fieles ante esta iluminación que embelesa no debe ser, siguiendo a San Carlos
Borromeo, sino la ―
delectatio
‖, el paladeo, el disfrute, el goce de lo religioso. Se trata de una
auténtica ―
religión de la belleza
‖ que persigue, siguiendo postulados platónicos, revelar la cercanía
de Dios a las formas más depuradas de lo escultórico; así, la asociación de lo bello a lo divino
muestra una clara asociación de lo artístico, el propio discurso de las imágenes sagradas, con la
esfera de lo religioso (Eco, 2004: pp.341-342 y 351-354).
La luz, la vela, de los pasos recuerda, así, los cuatro faroles que rodean encendidos la Custodia del
Corpus pese a celebrarse siempre bajo los rayos de sol; el farol que siempre precedía al viático; los
ángeles ―
ceriferarios
‖ que anuncian el
Sancta sanctorum,
el altar mayor o la capilla en las que
eternamente mora el Santísimo Sacramento, los cirios del altar preceptivos e indispensables para el
desarrollo de la Misa. Evocación ígnea de lo sacro que se refiere como signo de consagración y
purificación de lo profano, de la calle, al igual que el incienso o las hierbas aromáticas que pueden
alfombrar las
carreras
de algunas procesiones. Este fuego es el elemento por sustancia de lo divino
desde tiempos mosaicos e, incluso, en la mitología clásica: fuego sustraído del Olimpo por
Prometeo. Materia a través de la cual Cristo volvió a penetrar en el Cenáculo inspirando a los
apóstoles la Misión expansiva del cristianismo: rocío de fuego pentecostal.
Iluminación capaz incluso de rodear airosamente las imágenes en reflejo de aquellas evocaciones
poéticas de los místicos españoles: mandorlas de fuego que transforman a las imágenes de la
Virgen en reflejo solar en los llamados
―tronos-baldaquino‖
donde, ciertamente, el candelabro
monumentaliza la imagen convirtiéndola en una glorificación del culto mariano. Véase así el
conservado paso de Nuestra Señora del Rosario del Monasterio de Santa Ana (1914) que sirve a un
ideal exaltador que no es exclusivo del tiempo litúrgico ordinario: bien lo recuerdan las más
evocadoras
―machinas‖
de las procesiones barrocas romanas donde se presenta al Crucificado o a