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Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a
revelar este gran mensaje en nuestro mundo: Dios nos
ama; nuestro mundo, aunque a veces lo parezca, no va
a la deriva… Porque
tanto amó Dios al mundo que
entregó a su propio Hijo para que todo el que crea no
perezca. Dios nos envió su Hijo al mundo no para
condenarlo, sino para salvarlo (Jn 2,16-17).
Todos nosotros hemos sido llamados -vocacionados-.
Todos tenemos vocación y todas las vocaciones son
necesarias e importantes.
Todas se complementan.
El bautismo nos iguala a todos dándonos la dignidad de
Hijos –amados- de Dios.
La Iglesia nos invita a todos a embarcarnos en la
empresa de la evangelización. Laicos, sacerdotes,
religiosos estamos llamados a anunciar el evangelio del
Reino.
Los que sois laicos, estáis colocados con una vocación
específica –EN- en el corazón del mundo.
El campo propio de vuestra actividad evangelizadora es
el mundo vasto y complejo del trabajo, de la familia, de la política, de lo social...
Para ello es preciso lograr una adecuada integración entre fe y vida.
Sería un contrasentido –como dice el concilio- vivir por una parte, la denominada vida ―espiritual‖
–de puertas a dentro de la iglesia, en la intimidad- y por otra la denominada vida ―secular‖, es decir
la vida de familia, del trabajo... como si nada tuviese que ver una con otra.
Nosotros los sacerdotes estamos llamados a convocar y vertebrar la comunidad cristiana,
identificados con las actitudes de Cristo Buen Pastor que ―no vino a ser servido, sino a servir‖, que
partió el pan, pero se dejó partir entregando su vida por nosotros, que estuvo al lado de los débiles
y necesitados.
Que se haga proverbial –nos decía el Beato Manuel Domingo y Sol a los sacerdotes operarios:
que al operario siempre se le encuentra para todo...
Que no pueda decirse de un Operario que pudo hacer un bien y no lo hizo.
Debemos tener presente que vamos a dar, más que a recibir, sin buscarnos a nosotros mismos,
Manifestando nuestro desprendimiento y nuestros servicios en bien de los demás aun de las
personas que menos lo hubieran merecido.
También son un don para la Iglesia las vocaciones de especial consagración.
Aquellas personas que se han propuesto vivir en el día a día un seguimiento radical del Señor,
siendo así parábola del Reino. De este modo son signo para los demás cristianos de que sólo Dios
basta.
En definitiva, como también hemos escuchado en el Evangelio, todos en la línea de Jesús hemos
de ser anunciadores y testigos de las bienaventuranzas.
Jesús llama bienaventurados a los pobres de espíritu, los que no cultivan una idea alta de sí mismos
y no esconden su debilidad;
felices los misericordiosos , que dan sin cálculos;