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Muy Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad
en la vida. La norma es: hago una opción deter-
minada porque me gusta o la abandono porque
ha dejado de gustarme.
Sin embargo, existe una manera de
proyectar un futuro feliz y de hacerlo avanzar
conforme a la trayectoria que nosotros quere-
mos, y consiste en la fe en el Dios siempre fiel y
en vivir con fidelidad el presente.
Dios actúa en nosotros y es, por lo tanto,
la razón más consistente de nuestra esperanza y
el fundamento más fuerte de nuestra fidelidad y
perseverancia.
En la Biblia son muchos los textos que
nos hablan de la fidelidad de Dios. Veamos algunos:
“El Señor pasó ante Moisés (que había subido al Sinaí con las tablas de piedra) proclamando:
“Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad” Ex 34, 5-6)
“Es palabra digna de crédito: si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos,
también reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel,
porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2,11-13)
“Dios es fiel, y él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con
la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla” (1 Cor10, 13)
Finalmente, tengamos siempre presentes las palabras del Señor resucitado a la Iglesia de Es-
mirna: “No tengas miedo de lo que vas a padecer. Mira, el Diablo va a meter a algunos de vosotros
en la cárcel para que seáis tentados durante diez días. Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la
vida” (Apoc 2, 10)
La fidelidad, toda fidelidad, se refiere siempre a personas: a la familia, al cónyuge, a los ami-
gos, a los necesitados, a los miembros de mi Hermandad o comunidad, a Dios. En clave cristiana, la
fidelidad será mi modo de vivir el amor a Dios y a
los demás, y ese amor, para ser verdadero, ha de ser
necesariamente duradero y fiel.
Nosotros podemos ser fieles porque, como
he dicho antes, Dios es fiel. Leemos en el Antig-
uo Testamento que Dios estableció con su pueblo
un pacto de alianza duradero y perpetuo, desde
el amor que sentía por él. De este modo, Dios se
comprometía para siempre con su pueblo y nunca
olvidaría su alianza, a pesar de las muchas infideli-
dades del pueblo. Su fidelidad sería la de un Padre
amoroso, misericordioso y paciente. (cf. Ex. 19ss;
Heb 8).
En Jesús de Nazaret, el compromiso y la fidelidad de Dios con la humanidad llegara a su pleni-
tud. Pero al mismo tiempo, encontramos en Cristo la revelación de que también nosotros y toda la
humanidad podemos ser fieles a Dios. Jesús, en efecto, en nombre de todos nosotros, es el “sí” defini-
tivo del hombre a Dios. Al entrar en el mundo, Jesús dijo: “He aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!
tu voluntad” (Heb 10, 7)