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Al anochecer de aquel 7 de octubre, la Batalla de Lepanto presencia sus últimas escaramuzas. Los
cristianos han obtenido una rotunda victoria. Sus bajas: 40 galeras y 7.600 hombres. Los turcos pierden 60
navíos y 30.000 hombres. Son apresados 190 barcos otomanos y se libera a 12.000 cautivos cristianos,
apresando a 5.000 “infieles”.
Es el mayor triunfo naval de la Armada Española. Una contundente victoria, de la que uno de los
soldados que pelearon en el Golfo de Lepanto, herido en un brazo en dicha batalla, el gran Miguel de
Cervantes dijo que era:
“la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los
venideros”
.
Una victoria sin paliativos, atribuida además a la intermediación de la Virgen, ante lo que se
incorporó una nueva letanía al rezo del Rosario, al nominar a la Virgen como “Auxilio de los Cristianos”, y
declarando en lo sucesivo al primer domingo de octubre como el de la Virgen de las Victorias. Una
festividad que, dos años más tarde, en 1573, Gregorio XIII fijaría en el 7 de octubre como día de la
Santísima Virgen del Rosario.
La repercusión en todo el mundo católico fue enorme, y a ella contribuyó de forma notable la
Orden Dominica, pero sobre todo la devoción popular que la acompañó y que hizo que surgieran entonces
nuevas cofradías del Rosario. También en nuestra Diócesis.