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Hay toda una cohorte de manolas, monaguillos, acólitos, penitentes… todos ellos son, han sido y
serán parte de mi objetivo. Y mi objetivo soy yo. Siempre lo es, pero en Semana Santa lo es más
que nunca. O lo es de una manera muy especial. Porque no soy ajena a la espiritualidad del evento,
a la energía piadosa en la que me crié y que con devoción profeso. Me siento parte entonces de la
liturgia, una parte modesta y elemental, desde luego; pero eso es mucho, cuando hasta entonces
había sido tan sólo parte contemplativa. Sí, yo creo que los fotógrafos somos parte de la procesión.
Una parte añadida, prescindible si se quiere, pero merced a la cual, tanto y tantos que no pudieron
asistir a la procesión, verán las instantáneas más fulgurantes del cortejo pasional.
Por eso, habré de andar siempre a la búsqueda de unos puntos de vista más interesantes, de lugares
estratégicos, antes programados o no. He de buscar así verdaderas nuevas perspectivas de los
pasos. Y todo eso, con la sensación de participar en el suceso espiritual que testimonio con la
imagen. Si no fuera así, no creo fuera capaz de captar nada del verdadero sentido de lo que
fotografío. Por eso, yo siempre me he dejado llevar por el fervor que siento dentro de mí, por esa
devoción, por esa ilusión que todos ellos, los nazarenos, me contagian –como dejé escrito al
principio–cuando se está organizando la procesión. Es entonces cuando siento crecer dentro de mí
esa PASIÓN que digo: la Pasión de vivenciar desde mi objetivo, el sacro sentimiento de la Semana
Santa.