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La popular entidad pasionaria quiso apostar sobre seguro al contar con este gran escultor que ya
había trabajado para la Semana Santa de Cartagena y sus principales cofradías, destacando dentro
de las cuatro obras que ya poseía allí el magnífico grupo de ―la Santa Mujer Verónica‖ que la
Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno, vulgo Marrajos, saca a la calle en la famosa procesión de
―El Encuentro‖ en la madrugada de Viernes Santo.
El escultor, que contaba ya con 51 años y se hallaba en plena madurez artística, afronta este
conjunto habiendo acumulado una grandísima experiencia en el campo de la imaginería
procesional con sus trabajos para ciudades como la propia Cartagena, Orihuela, Hellín, Cuenca o
Úbeda, es decir, al margen de haber desarrollado una prolífica carrera en el ámbito de la escultura
de índole civil, ya poseía una más que importante trayectoria detrás con el manejo de la talla en
madera. Formado en el taller de su padre, el también prestigioso escultor Lorenzo Coullaut-Valera,
de él aprendió a desarrollar su capacidad para manejarse en el tratamiento de distintos materiales.
Partiendo del lenguaje plenamente tradicionalista académico de su progenitor, de tintes realistas y
pintorescos, Federico evoluciona hacia una configuración estética basada en una especie de
neofiguración que plasma una escultura tremendamente expresiva, cuya trascendencia queda
enmarcada en la grandiosidad del volumen. Si nos ceñimos a su obra sacra para las procesiones de
Semana Santa, no estamos ante una escultura detallista, suntuosa, minuciosa en el detalle y el
acabado, sino ante imágenes cuyo espíritu aflora en su absoluta representación, su total
configuración. Es la plasmación del expresionismo escultórico por medio de la amplitud de sus
volúmenes, todo el cuerpo, toda la materia que configura la talla es compacta, lo que facilita la
elaboración de escenas procesionales altamente expresivas, de gran impacto visual y muy
apropiadas para presenciar sobre un trono, a cierta distancia a fin de valorar el conjunto en su
máxima expresión.
El grupo de la Coronación de Espinas de Coullaut-Valera vino a sustituir dentro del cortejo de la
Magna Procesión California de Miércoles Santo, a una escena cuya importancia simbólica siempre
ha sido enorme dentro de esta entidad pasionaria: la representación de ―La Samaritana‖, que desde
1773, año en el que fue hecho el encargo a Francisco Salzillo, hasta la actualidad, ha asumido a la
perfección el objetivo de ―la conversión de las almas‖, que en los estatutos fundacionales de
mediados del Siglo XVIII aparecía como necesidad apremiante para la conducción al buen camino
de toda mujer descarriada. Destrozado el grupo original en la infausta Guerra Civil, José Sánchez
Lozano esculpió otro en 1945, y fue ya en 1964 cuando la cofradía decidió que la mujer de
Samaria pasara al cortejo del Domingo de Ramos y dejara lugar al grupo de la Coronación de
Espinas.
En este último, Federico Coullaut-Valera elabora una composición extremadamente dinámica, con
todas sus imágenes talladas de forma íntegra. El expresionismo y las actitudes turbulentas tienen su
máximo desarrollo en los cuatro sayones que rodean la figura central de Cristo. Éste, sedente, en
actitud serena pero de gesto sufriente, muestra una gran monumentalidad dentro de un canon
clásico que ya fuera utilizado por los grandes maestros en la escenificación de este tipo de
iconografía, tal es el caso del famoso Ecce Homo labrado por Gregorio Fernández para la Cofradía
de la Santa Vera Cruz de Valladolid allá por 1620. El ejemplar de Coullaut-Valera muestra una
potente anatomía, con una sabia disposición de la clámide y una más que evidente dignificación en
cuanto a su actitud, que contrasta, como es norma en este tipo de conjuntos, con la ordinariez de
los cuatros sayones, de apariencias zafias y altamente caricaturizados para exaltar su salvajismo.
Precisamente, este último aspecto es sobre el cual los Catedráticos D. Cristóbal Belda Navarro y D.
Elías Hernández Albaladejo (D.E.P) se apoyaron para criticar esta escena y referir que era la más
floja de cuantas su autor hizo para Cartagena, pues ―
los sayones parecen más bufones o sátiros que
feroces verdugos‖
. Sin embargo, hay que tener en cuenta que este recurso expresivo, esta
caricaturización de los esbirros, es algo muy común desde tiempos muy pretéritos en la escultura