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BEATO MOSEN SOL
25 ENERO 2015 MURCIA
Rvdo. D. Jacinto Pérez Hernando
Queridos hermanos:
El 25 de enero de 1909 moría en la ciudad de Tortosa el Beato Manuel Domingo y Sol.
La crónica de la época recoge el testimonio una viejecita que se acerca a dar el último a Dios a
Mosén Sol y dijo ―era un hombre bueno‖
¡Él siempre me daba!...
Un hombre bueno y audaz
. Así resume la figura del Beato Manuel Domingo y Sol uno de sus
biógrafos.
Un hombre bueno, El siempre me daba.
Decía aquella viejecita que hace un minuto besó las manos frías, que eran millonarias de cariño y
larguezas.
El siempre me daba.
Era el panegírico de un santo por aclamación popular.
Era la definición exhaustiva de Manuel Domingo y Sol.
Al comenzar la Eucaristía, también nosotros, como aquella viejecita, hemos hecho al Señor, por
intercesión del Beato Manuel Domingo y Sol, la siguiente súplica:
―Oh Dios, que descubriste al Beato Manuel Domingo y Sol el profundo sentido de toda vocación,
suscita por su intercesión decididos apóstoles de las vocaciones y generosas respuestas a tus
llamadas‖.
El sentido profundo de toda vocación y generosas respuestas a tus llamadas.
La lectura del Evangelio que se acaba de proclamar nos habla de llamada y de misión, de vocación.
Nos dice que aquellos pescadores de oficio: Pedro, Andrés, Santiago y Juan se convierten en
pescadores de hombres.
En todos los casos la vocación, la llamada arranca de Dios. De ese amor gratuito de Dios.
Porque Dios es el primero en el amor.
Esta es la gran verdad de nuestra vida y de nuestra fe.
Lo que da consistencia y fundamento a nuestra existencia.
No fue Pedro, ni Andrés… –
hemos visto en el evangelio
- quienes escogieron a Jesús, sino Jesús
quien les escogió. Somos creados y salvados por amor.
Y siempre seremos deudores del amor de Dios.
Por eso, tenemos que aprender a dejarnos amar, a dejarnos trabajar por Dios, acoger por Él,
perdonar continuamente por su poder.
El Beato Manuel Domingo y Sol, como todos los santos -hombres de Dios- , experimentó en su
vida esa experiencia de sentirse amado, querido por Dios.
¡Si amáramos a Dios! -decía-. Si estuviéramos poseídos de este amor, sin esfuerzo y con frecuencia
se iría el pensamiento hacia Él y todo nos parecería poco.
Solamente quien se siente amado, quien experimenta en su vida a Dios como Dios del amor, se
siente a su vez impulsado a amar a los demás.