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Rosario Corinto 04
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siglos y plantarnos ante este nuevo “arte” con la mirada
limpia, dispuesta a que te invada lo desconocido, el mundo
de los sueños, de las fantasías, del redescubrimiento de la
materia, la nueva manera de exponer objetos fuera de su
contexto habitual (situaciones improbables donde el arte
ya no se preocupa de proporcionarnos una imagen de la
belleza natural, así como tampoco pretende ofrecernos el
placer sosegado de la contemplación).
Nada queda en el siglo XXI de aquella belleza
soñadora, de los cánones que nos guiaban a la perfección,
las vanguardias plásticas y literarias allanaron el camino
para la introducción de obras difícilmente aceptables
siquiera como arte, es decir, sin considerar su valor estético,
bueno o malo, sino su mero estatuto. Así es como se fue
desintegrando uno de los componentes básicos del arte: la
belleza.
Pero si hay una forma de arte que se ha resistido
a los envites de la subjetividad y se ha mantenido puro,
en su mayoría, a los preceptos más clásicos y reconocibles
para la sensibilidad del alma humana, es el arte sacro
vehiculizado a través de la imaginería.
Se ha establecido a lo largo del tiempo que la belleza radica allá donde cohabiten la armonía
y la simetría, (preceptos fundamentales a los que siempre retornan los artistas en busca de un arte
consolidado y que ofrezca garantías) o que se trata de un sentimiento subjetivo, que es el resplandor
del bien; porque tendemos a asociar belleza con bondad y esto nos lleva a múltiples manifestaciones
de la indefinición del concepto.
Tomás de Aquino, define a la belleza en términos dispares, “es bello lo que a la vista agrada”,
y bajo este axioma la belleza queda circunscrita a cosas meramente superficiales, sin embargo para I.
Kant, el arte bello era aquel cuya forma generaba un sentimiento de placer en el observador. Por tanto
un objeto puede ser bello sin tener que depender de ningún razonamiento basado en principios sino
que solo obedezca a nuestros sentimientos.
Pero mientras unos centran la belleza en las cualidades del objeto, otros lo hacen en la reacción
del sujeto. Baudelaire dijo “cada edad y cada gente tiene su propia forma de belleza”.
En el caso del arte, muchas obras no obedecen a un concepto universal, ni utilitario, simplemente
son bellas en sí mismas, porque lo que las hace bellas es por la respuesta y lo que al mismo tiempo
genera en el sujeto que la observa, que la escucha, que la ve, que la siente, que la toca, en definitiva,
que la disfruta.
BIBLIOGRAFIA:
ECO, Umberto, Historia de la Belleza .2005
BURKE. Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello.1756.
KANT. Lo bello y lo sublime, 1979