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Rosario Corinto 04
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HERENCIA NAZARENA
Estante Corinto
No recuerdo en que momento comencé a sentir este entusiasmo por la Semana Santa, pero si
tengo claro quienes me transmitieron esta pasión. Mi padre y mi tío me cogieron de la mano para
que les acompañara a vivir los diez días más maravillosos del calendario. Conforme pasaron los años
mi agitación fue creciendo, y en cuanto llegaba la Cuaresma me lanzaba a conseguir los programas
y revistas que se publicaban en estas fechas y a releer con fruición los pocos libros que tenía sobre
Semana Santa. Llegó un momento en que la Cuaresma se me quedaba corta y necesitaba más, pero
me autoimpuse la abstinencia cofrade pues fui consciente de que estaba obsesionado y terriblemente
enganchado. A día de hoy y ante la evidencia de que no tengo solución, me dejo arrastrar por mi adic-
ción nazarena durante todo el año.
¿Saben por qué les cuento esto? Porque sé que es un sentimiento compartido, porque en esta
bendita Cofradía de la Caridad hay personas que están tan trastornadas como yo, que nos encanta
estar en el chiringuito de la playa hablando de procesiones, que cuando viajamos en Agosto o en el
puente de la Inmaculada o en Navidad, nos mandamos fotos de Cristos, Vírgenes y pasos de otras
Semanas Santas para comentarlas, porque cuando tenemos
nuestras reuniones del trono, la post-reunión se convierte en
una interminable tertulia cofrade, porque cuando estamos
en los últimos fríos de febrero y caminamos noctámbulos
bajo los naranjos de la Plaza de las Flores, nos miramos cóm-
plices porque hemos sentido al mismo tiempo la incipiente
fragancia del azahar.
En mi familia, en cuanto a enajenados por la Semana
Santa, se podría decir que mi padre y mi tío son la versión
1.0, que yo soy la versión 2.0 y que por detrás, con solo 5
años, viene mi hijo, que es la versión 3.0 (corregida y au-
mentada). El que les hable de mi hijo no tiene el propósito
de contaros lo guapo, lo listo, lo alto y simpático que es, sino
porque se puedan sentir identificados, bien porque tengan
un hijo o una hija con unos comportamientos similares o
bien porque hayan sido hijos que han imitado a sus padres
en el sentir nazareno.
Mi hijo vistió su primera túnica de nazareno con 8
meses. Prácticamente no salió del carrito, pero me atrevería
a decir que se sentía feliz de ir ataviado así.