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Muy Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad
La primera vez que mi hijo recorrió entero el pasillo de mi casa fue tocando una trompeta de
juguete. Iba procesionando y, al estar más concentrado en la trompeta que en caminar, consiguió no
caerse durante 30 segundos.
Mi hijo era incapaz de quedarse sentado delante de la televisión ni con Pocoyó, ni con Can-
tajuegos, ni con Micky Mouse, ni con nada. Pero teníamos un arma secreta, ponerle videos de pro-
cesiones. No era la panacea, pero conseguíamos que al menos durante un ratito se estuviera quieto.
Tampoco conseguía estar jugando con algo demasiado tiempo. Pasaba de una cosa a otra con
inusitada rapidez. Con tres años, con lo único que se entretenía más de 15 minutos era tocando el
tambor ¡Qué alegría para los vecinos y la familia! Pasaba de la burla al toque de la BRIPAC y de éste
al de la Cofradía del Refugio (como él decía: “el tambor de la procesión de la noche”).
En una ocasión estábamos tomando un aperitivo en una terraza del centro de la ciudad. De
repente la mesa se movió, volcándose los vasos que había sobre ella. A mi hijo no se le había ocurrido
otra cosa que meter el hombro bajo la mesa como si estuviera cargando un trono.
Ante la insistencia y la locura de mi hijo, mi madre le hizo un paso de Cristo a pequeña escala,
con sus varas y almohadillas incluidas. Este trono está en casa de mis padres, y cada vez que vamos
a visitarles nos organiza una procesión donde cada uno de los miembros de la familia ocupamos un
lugar en el cortejo, no falta el tarareo de la marcha real a la salida y a la recogida.
Muchas veces, cuando vamos al supermercado y el carro de la compra va cargado, mi hijo me
ayuda a dirigirlo, pero para hacer los giros apoya su hombro sobre el carro y saca los pies para em-
pujar como si estuviese cargando en un paso. En otras ocasiones se pone delante haciendo de cabo
de andas. Cuando quiere que paremos da un golpe en el frente del carro, cuando quiere reanudar la
marcha, otro golpe. Me va mandando, izquierda, derecha, más despacio. Lo malo es que yo le sigo el
rollo y casi siempre acabamos en la sección de los dulces.
Tuve que esconder los guantes que uso en el Vía Crucis ya que en cuanto me descuidaba me
los quitaba, se colocaba la medalla de la Cofradía, cogía una cruz que se fabricó con listones y cinta
adhesiva e inmediatamente convertía el pasillo de casa en el recorrido de las estaciones de penitencia.
En las navidades de 2015 le apuntamos a un concurso de pintura en el Museo de Bellas Artes.
Tenía que hacer un dibujo navideño basándose en lo que podía verse en el museo. Lo que le inspiró
fue una escultura de Cristo, así que su creación navideña fue un dibujo de Jesús crucificado.
A él le encanta disfrazarse. El otro día nos sorprendió cuando salió vestido de legionario, can-
tando el Novio de la Buena Muerte y portando sobre los hombros su cruz de listones e imitando a los
legionarios que en Málaga acompañan al Cristo de Mena.
Esta navidad ha hecho dos comentarios que por sí solos dan la medida de su obsesión. Le rega-
laron una campanita como la que usa Papa Noel, estaba en su habitación tocándola y me dice: “¿A qué
así es como toca la campana el hombre de la capa que va en el Vía Crucis del Cristo de la Caridad?”.
La otra anécdota es que los Reyes Magos le dejaron en su habitación un montón de globos dorados. A
él se le ocurrió que los globos dorados se los había dejado Melchor porque era este rey el que le había
regalado oro al niño Jesús. Acto seguido me comentó: “¡Qué bien! A lo mejor Gaspar nos ha traído
incienso”.