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Rosario Corinto 04
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Me dejo muchas anécdotas en el tintero, pero entiendo que esta docena es más que suficiente
para ilustrar que mi hijo es nazareno de la Caridad durante todo el año.
En 2015 salió por primera vez con su túnica corinta tras el paso. Iba concentrado en lo que
tenía que hacer, serio, casi sintiendo la responsabilidad de ser nazareno murciano. Llegó hasta el
teatro Romea, no podía más de cansancio y de sueño, y aun así, su madre lo sacó de la procesión a
regañadientes. Al año siguiente hizo el recorrido completo, para él era inconcebible no llegar de vuel-
ta a Santa Catalina. Repartió todo lo que llevaba en su sená, en la mía y en la de varios miembros de
la dotación del paso. Estaba atento a todo, empapándose de lo que se vive en la procesión, fijándose
en como cargamos unos y otros. Me llegó a reprochar que me estaba acostando demasiado y que me
dejara de hacer postureo. Luego se fue de la mano del cabo de andas hacia adelante para mandar el
trono (a su manera) durante unos instantes. Habló con casi todos los estantes y escuchó atentamente
lo que cada uno le decía. Al final de la procesión uno de los nazarenos fundadores del paso me dijo
que con lo que más había disfrutado de la procesión era con la ilusión de mí hijo.
Sé que yo soy prescindible en la Cofradía pero nuestros hijos e hijas no lo son. Nosotros hemos
recibido una herencia que nos ha calado hasta lo más hondo, que nos hace vibrar, que nos emociona
intensamente y que día a día vamos trasmitiendo a los que nos suceden. Nuestra identidad colectiva,
nuestros anhelos y nuestras esperanzas están incrustadas en este legado. Necesitamos a nuestros hijos
para que preserven la esencia nazarena y mantengan encendida la llama de la Semana Santa. En su
ilusión va nuestra ilusión y de su entusiasmo se alimentarán los que han de venir para perpetuar la
más hermosa de las celebraciones.