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Muy Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad
-¿Ve usted aquella pila de madera junto al granero? Quiero que la utilice para construir una
valla de dos metros de alto que me tape la visión de su barraca y sus tierras. No quiero volver a ver
a mi hermano nunca más-.
El carpintero le dijo:
-creo que comprendo la situación-.
El huertano ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y se ausentó de la barraca durante
el resto del día para ir a vender unos conejos, unos pollos y unas docenas de huevos al mercado de
Murcia, ya que era jueves, día de mercado.
Caía la tarde cuando el huertano regresó a su barraca y al llegar vio cómo el carpintero acababa
de concluir su trabajo.
El huertano se quedó con la boca y los ojos completamente abiertos al ver el trabajo que había
hecho el carpintero.
No había ninguna valla de dos metros. En su lugar había un puente que unía las dos barracas
cruzando por encima de la acequia.
Era un trabajo muy fino, incluso con su barandilla y todo pintado de color corinto.
En ese momento, el hermano menor se acercaba viniendo desde su barraca y, tras cruzar el
nuevo puente recién construido se abalanzó sobre su hermano mayor, abrazándole mientras le decía:
-Eres un tío de puta madre. Mira que mandar construir este hermoso puente corinto después
de todo lo que ha pasado entre nosotros y lo que nos hemos dicho y hecho. Anda, ven aquí y dame
un abrazo chillao-.
Mientras estaban en plena reconciliación, con lágrimas de dolor y arrepentimiento, vieron
como el carpintero tomaba sus herramientas e iniciaba su marcha.
-No, espere. No se marche. Quédese unos cuantos días. Tengo más encargos que hacerle-,
le
dijo el hermano mayor.
-Me gustaría quedarme-
, respondió el carpintero,
-pero tengo muchos puentes por construir.
Y ojo, no quiero que ninguno de los dos faltéis el próximo Sábado de Pasión por la tarde en Santa
Catalina. Esa tarde podréis pagarme la construcción de este puente, llevándome sobre vuestros
hombros por Murcia.-.
Los dos hermanos no entendieron lo que quería decir el carpintero pero, tras mirarle con aten-
ción durante unos instantes, de pronto se hizo la luz en sus mentes y por fin, con sus ojos anegados en
lágrimas, recordaron de qué les sonaba su rostro. Pero, antes de que pudieran decirle nada, el carpin-
tero desapareció de su vista.