Página 129 - ROSARIOCORINTO

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Mercedes, era procesionada claustralmente con gran
concurrencia de fieles. Paradójicamente este acto se repitió varias
veces durante la jornada siguiente: primero en la madrugada del
Sábado y, posteriormente, en las primeras horas de la mañana.
Esta circunstancia, extraña en el marco de la liturgia tridentina,
hallaba su fundamento en el desarrollo de maitines y laudes
“Que
se dicen… para el Oficio del Sábado de la Semana Santa”.
De forma que, con rigor, estas celebraciones claustrales
supusieron el más lejano precedente de las prácticas penitenciales
del denominado Sábado de Gloria (al conmemorarse
litúrgicamente en dicho día la Resurrección). No cabe duda que
ya entonces el carácter meditativo y reflexivo volvía su mirada a
la figura de María que, muerto su Hijo, adquiría el carácter de
modelo en la esperanza del Triunfo Cristiano. Así, la meditación
en torno a Nuestra Señora tras la muerte de Cristo el Viernes
Santo, servía como importante acicate para su estimación como
Corredentora; Faro de los fieles entre las tinieblas. María
constituye el espejo en el que mirar más ciertamente a Cristo, Ya
Triunfante, antes de la Resurrección. Victoria de la Cruz
vislumbrada a través de la contemplación del Misterio Pasional
que ha sido excepcionalmente expuesto desde su magisterio por
S.S. Benedicto XVI. Nuestra Señora, es un “
Sagrario Perfecto”
en
el que la inmolación del Cordero no tiene un sentido escatológico;
la propia muerte en el madero (el último de los misterios dolorosos
del Rosario) tiene en Ella el sentido del máximo Amor: el que se
entrega para vencer al Pecado y a la Muerte.
Sin embargo, la tradición piadosa es mucho más rica y ofrece los
complementos que, en ausencia de más concreción por parte de los
Evangelios, permite situar físicamente a Nuestra Señora durante
esta jornada. Así, Jacopo della Voragine en “
La leyenda dorada
reseña el último de los dolores de la Virgen dentro “
de su
tristísima soledad durante los días que Cristo permaneció muerto
y sepultado
”. Esta referencia literaria, predilecta para los
artistas, no resultaba fiel a la liturgia pero aportaba un trasfondo
narrativo para su aplicación al Arte; o, lo que es lo mismo,
facilitaba que las representaciones plásticas no fueran criticadas
por ignorar la
“realidad
histórica
” del relato evangélico. Por ello,
estas manifestaciones no siguen cronológicamente el ritual que
reservaba la jornada del Sábado, en que Cristo aún debía estar
inerte, para la conmemoración de la Resurrección. Sin embargo,
las propuestas piadosas se centraron en evocar esta lógica; el