Página 15 - revista02

Versión de HTML Básico

15
―En la oscuridad tropezábamos con las piedras y nos metíamos en los charcos…Los guardias no
dejaban de gritarnos y empujarnos con las culatas de sus fusiles. Los que tenían los pies llenos de
llagas se apoyaban en el brazo del vecino…, el viento helado no propiciaba la conversación… El
hombre que marchaba a mi lado me susurró de repente: "Si nos vieran ahora nuestras esposas!
Espero que ellas estén mejor en sus campos e ignoren lo que nosotros estamos pasando". Sus palabras
evocaron en mí el recuerdo de mi esposa.
Mientras marchábamos a trompicones durante kilómetros,
resbalando en el hielo y apoyándonos continuamente el uno en
el otro, no dijimos palabra, pero ambos lo sabíamos: cada uno
pensaba en su mujer. De vez en cuando yo levantaba la vista al
cielo y mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer… La oía
contestarme, la veía sonriéndome con su mirada franca y cordial.
Real o no, su mirada era más luminosa que el sol del amanecer.
Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida
comprendí la verdad de que el amor es la meta última y más alta
a que puede aspirar el hombre. Entonces comprendí el
significado del mayor de los secretos: la salvación del hombre
está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el
hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede
conocer la felicidad, aunque sólo sea momentáneamente, si
contempla al ser querido‖.
Desde la fuente del amor.
El cristiano bebe la caridad de la fuente inagotable de amor que brota del costado del Cristo de la
Caridad. Ahí aprendemos que el amor a Dios es inseparable del amor al hombre: ―Tanto amó
Dios al mundo que entregó a su Unigénito‖ (Jn 3,16); y tanto amó Jesús al Padre que ―se hizo
obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz‖ (Flp 2,8)
El Papa Francisco, en ―Evangelii Gaudium‖, lo expresa con estas palabras:‖El misterio mismo de la
Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no
podemos realizarnos ni salvarnos solos‖(n. 178). Por todo ello, el ser humano no puede menos de
amar, busca salir de sí hacia el otro, el ser querido, o hacia todo aquel que necesita amor.
Como bien sabemos, el amor cristiano es universal y sin condiciones: ―Cada persona es digna de
nuestra entrega. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad,
o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su
imagen, y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor…
Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz por esa persona. Más allá de toda apariencia, cada uno
es
inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega‖ (n. 274)
La caridad denuncia y toca las llagas
Dice el Papa Francisco: ―No podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro
tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas…. El miedo y la desesperación
se apoderan del corazón de numerosas personas‖ (n.52)…