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cambiante en cada lugar según el tipo de luz que reciba; y, desde luego, los puntos de luz eléctrica
de los pasos supone una contaminación cromática de primer orden sobre las imágenes.
Finalmente, por acabar con las contraindicaciones de estos elementos eléctricos, los focos son en
cualquier caso fuentes de calor irradiada de modo que aceleran el deterioro de los objetos
artísticos. Está notablemente estudiado este caso y el dictamen de los especialistas es unánime: tales
fuentes de luz alteran los pigmentos, aceleran la dilatación de la madera y, en no pocos casos,
queman progresivamente las capas pictóricas. Ya hace dos décadas la Universidad de Málaga alertó
al respecto, recomendando a las cofradías de aquella ciudad la total supresión de la luz eléctrica
revelando, además, el peligro representado por las baterías bajo las imágenes; alarmante y probable
causa de incendios y explosiones (al margen de ser una amenaza para la seguridad pública en caso
de lluvia). Incluso los gases nocivos que desprenden estas cajas (indicados dentro de sus propios
embalajes) pueden entrañar otra clase de riesgos tanto para la salud pública como para la
formación de agentes erosivos que deterioren la cercana madera. Como resultado de esto, la
práctica totalidad de estos elementos eléctricos fueron suprimidos de los pasos procesionales en
aquella Semana Santa que, de este modo, vino a sumarse a otras localidades que previamente ya
habían adoptado esta mediada (Real Palma, 1998: pp.359-363).
Resulta llamativo como en una celebración como la murciana donde tanto peso tiene la imaginería
en detrimento de otros elementos escénicos no se haya mostrado, por contra, más sensible al
respecto de su correcta conservación. Urge, por tanto, actualizar las pautas ligadas al
mantenimiento de las tallas escultóricas previniendo el deterioro asociado a estos elementos
luminiscentes. En el caso que se trata, el empleo de la cera en exclusiva, la simple eliminación de
los elementos eléctricos previene quemaduras y dilatación de las efigies al ser la llama una fuente
de calor de menor temperatura y quedar matizada su radiación por la sencilla presencia del cristal
de las tulipas.
El lenguaje olvidado: sentido estético de la cera
Desde la generalización de las procesiones nocturnas en la Semana Santa murciana, allá por las
décadas últimas del siglo XIX, la cera pasó a convertirse en uno de los elementos principales de su
puesta en escena. De este modo se desarrolló todo un sentido y estética de la misma cuyas
reminiscencias sagradas no evitaron la formulación de un lenguaje propio que, indudablemente,
hoy puede ser referido como autóctono y genuino de estas celebraciones mediterráneas. Buena
muestra de ello es perceptible al paso del único de los tronos realizados en aquella época que aún
se conserva: el de la Dolorosa de la Archicofradía de la Preciosísima Sangre (1892). Desde su
restauración en 1999 bien puede comprobarse como la preeminencia de la iluminación a base de
cera responde a una ideología clara: el deseo de convertir los pasos en ―ascuas de luz‖ por medio
de las cuales concretar un modelo de procesión no sólo artística sino, además, estética.
Se trató de toda una novedad al concebirse tronos totalmente cuajados de tulipas, cerca de un
centenar era la media de cada uno de ellos, garantizando la concepción de una atmósfera especial
en torno a cada una de las imágenes. De este modo la luz de la cera lograba la constitución de un
efecto dorado que rodeaba las tallas en todo su perímetro de forma homogénea: no hay más que
recordar la relación de lo dorado y del fuego con la divinidad para revelar lo sugerentes que
debieron resultar los pasos en aquellas calles aún carentes de alumbrado. Se convertían
prácticamente en apariciones sobrenaturales en un periodo en la que la propia iluminación de las
viviendas era un puro lujo (Catalán Marín, 2003).
Corresponde manifestar a continuación la intencionalidad de tales artificios es decir, la meta que
perseguían los cofrades del siglo XIX al convertir las sencillas
―andas‖
de las décadas anteriores en