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Muy Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad
Lógicamente aproveché para tomar fotogra-
fías de todos y cada uno de los tronos desde todas
las perspectivas posibles, detalles, rostros, mira-
das… nada quedó sin ser plasmado por mi cámara.
Al poco fueron entrando los estantes de los
primeros pasos en desfilar y asistí al reencuentro
de compañeros que comparten sudor y sacrificio
bajo una tarima o una vara. Anécdotas de pasados
desfiles, tertulias en corrillos, últimas instrucciones
del cabo de andas. Nervios, rostros tensionados, lá-
grimas de emoción contenida que se deslizan por
alguna mejilla de curtidos hombres y de repente,
el silencio.
El Consiliario y el Presidente de la Cofradía reúnen a la dotación del trono y se dirigen a ellos.
Darles la bienvenida, desearles una buena procesión, toma de conciencia de lo que sobre sus hombros
llevan, un recuerdo por algunos que ya no están y, como no, una oración para dar gracias de estar un
año mas ahí y una petición de para que todo trascurra con total normalidad.
Aquel Padrenuestro al unísono de cuarenta o cincuenta hombres resuena aún en mi interior,
fue la oración en la que mas cerca me sentí de Dios, en la que con mas fuerza sentí lo que significa ser
nazareno, tanto que por un momento me olvidé de que estaba allí para hacer fotografías, no impor-
taba, quise sentir aquel momento de intimidad, de ver cara a cara el sufrimiento de Jesús en el rostro
de aquella Imagen a la que todos alzábamos nuestros ojos. De ver a Dios en la mirada de aquellos
hombres agarrados a sus estantes, la herramienta que los convierte por unas horas en portadores de la
Buena Nueva, que Jesús sufre y muere, pero al final, la Gloria, la Vida Eterna, la Resurrección.
En cada trono y previo a su salida fue repitiéndose la escena, que no por repetida fue menos
emotiva. Uno tras otro fueron saliendo los tronos a la calle y la
Procesión trascurrió con su habitual solemnidad por las calles
murcianas.
Pero aquel Sábado de Pasión me guardaba una sorpresa
mas, mi buen amigo Manuel Lara, Cabo de andas del Santísimo
Cristo de la Caridad, me comentó que su “segundo de a bor-
do” y suegro, Alfonso Martínez Ugeda se jubilaba ese año, era
su última procesión, al menos como segundo Cabo de andas.
Quería obsequiarle en su despedida una fotografía con todos
los componentes del trono, cosa que así hice con agrado.
Llegado el retorno del Titular a la iglesia, y ya dentro
de ella se produjo un momento de profunda emotividad, tras
las oportunas maniobras para encarar el trono en su carro y
dejarlo sobre el mismo, le ofreció Manolo a su suegro el privi-
legio de que fuese el que diese el último toque. Vi la emoción
en el rostro de ambos, estoy seguro que por la cabeza de Al-
fonso pasaron de golpe todas los Sábados Corintos en los que
ha participado, aquello se palpaba en el ambiente, una mezcla