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Muy Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad
otro que JESÚS, el Hijo de Dios, el Nazareno, que sigue llamando hoy, y que hoy, como durante más
de veinte siglos, quiere y puede seguir siendo imán para los jóvenes.
Y ahora viene mi experiencia personal. Hace
treinta años, yo fui uno de aquellos chavales que funda-
ron el paso de Ntro. Padre Jesús de la Merced en Mur-
cia, pero no os voy a contar las fatigas que sufrimos
hasta ponerlo en marcha o la ilusión con que salimos
por primera vez a la calle en el traslado del Sábado de
Pasión, 26 de marzo de 1988, simplemente, me vais a
permitir una reflexión que creo resumen muy bien mi
experiencia en torno a ese paso. No hace mucho leí
que Hans Kung en una de sus tesis sobre cristianismo
afirmaba que: “no es cristiano el hombre que nada más
procura vivir humanamente, o socialmente, o hasta reli-
giosamente. Cristiano es ante todo, y solamente, el que
procura vivir su humanidad, socialidad y religiosidad
a partir de Jesucristo”. Las Hermandades y Cofradías,
a lo largo de muchos siglos han sido eso: el lugar en el
que se ha podido vivir la humanidad, la caridad y la
solidaridad, no como en una simple ONG, sino a partir
de Jesús. Sin duda, se tiene un encuentro con el Señor
en los pobres, en los enfermos o en los que sufren, pero
estos últimos treinta años nos han demostrado, a aquellos jóvenes que fundamos el trono de la Mer-
ced, que también se puede encontrar a Jesús en el arte, en la tradición, en los hermanos cofrades y en
los “acontecimientos nazarenos”. Porque ¿cuántas amistades verdaderas surgieron en las reuniones
del trono?, ¿qué unión se creó entre nosotros en torno a los actos de la hermandad: una cena, una
junta, un aniversario…? ¿Cómo hemos ido compartiendo los momentos alegres – bodas, nacimientos
de hijos, - y tristes, incluida la muerte de dos de nuestros anderos? ¿Cómo se produce en nosotros la
sensación de encontrar a un hermano cada vez que nos volvemos a ver, aunque haya pasado mucho
tiempo? Todo ello solo tiene una explicación: aquellos jóvenes de 1987 encontramos a Jesús en esa
imagen del Nazareno de la Merced y, formando una familia, sin rencillas ni afán de protagonismos,
la sacamos a la calle con toda la humildad del mundo (un trono prestado, una iluminación pésima,
una túnica de camarín manchada, una peluca sintética, …) pero sin prestar mucha importancia a esos
matices estéticos que se han ido puliendo a lo largo de los años, lo importante era el sentir de aquel
grupo de chavales que, cargando el trono del Nazareno Mercedario, hacían suya la exclamación de
San Francisco de Asís al contemplar al Cristo de San Damián dando la vida por amor: “¡Qué dicha
tener un tal hermano!”