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Rosario Corinto 04
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emigo, aparta las mientes de tu injuria y pon-
las en la verdad del caso.
Al que has de castigar con obras no
trates mal con palabras, pues le basta al des-
dichado la pena del suplicio, sin la añadidura
de las malas razones.
Al culpado que cayere debajo de tu
jurisdicción considérale hombre miserable,
sujeto a las condiciones de la depravada na-
turaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de
tu parte, sin hacer agravio a la contraria,
muéstratele piadoso y clemente, porque
aunque los atributos de Dios todos son
iguales, más resplandece y campea a nuestro
ver el de la misericordia que el de la justicia.
Si estos preceptos y estas reglas sigues,
Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible,
casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las
gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y cer-
rarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos.
El Papa Francisco, en la Bula de convocación del Jubileo
Extraordinario de la Misericordia, dice: “La Misericordia no es
contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de
Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para
examinarse, convertirse y creer. La experiencia del profeta Oseas
viene en nuestra ayuda para mostrarnos la superación de la jus-
ticia en dirección hacia la misericordia”. San Agustín, dice: “Es
más fácil que Dios contenga la ira que la misericordia”. Si Dios se
detuviera en la justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los
hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma
no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella
se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la
justicia con la misericordia y el perdón.
De nuevo, Don Quijote, nos envía un nuevo concepto de
misericordia a través de la escena con los galeotes. Y reflexiona
sobre lo duro que es «hacer esclavos a los que Dios y naturaleza
hizo libres»; declarando que ya se encargará Dios de premiar o
castigar, y «no es bien que los hombres honrados sean verdugos
de los otros hombres». Don Quijote piensa en la salvación de los
prisioneros, sin importarle lo que digan las leyes, imperfectas por
ser humanas:
“ a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos
que encuentran por los caminos van de aquella manera, o están en aquella angustia, por sus culpas, o
por sus gracias; sólo le toca ayudarles como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas, y no en