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Rosario Corinto 04
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Si divinizar se trata, que sea el Perdón. Este es un acto de amor. La clemencia y el perdón son la
base del legado de Cristo. Reflexiona don Quijote, «la santa ley que profesamos, nos manda que haga-
mos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen» (Cervantes, Quijote II parte).
El Perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para
nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Qué difícil es muchas veces
perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcan-
zar la serenidad del corazón. Apartar de nosotros el rencor, la rabia, la violencia y la venganza es la
condición necesaria para vivir felices. Acojamos entonces las palabras del Apóstol: «No permitáis que
la noche os sorprenda enojados» (Ef 4,26).
Don Quijote, en su viaje, el caballero manchego da gracias al cielo porque “… le doto de un
ánimo blando y compasivo, inclinado siempre a hacer bien a todos, y mal a ninguno” (Cervantes,
Quijote, II parte).
Puestos a terminar, su amor por las causas de los más desfavorecidos le llevó a la aventura de
los disciplinantes, donde en El Quijote hace aparición la Virgen. Resumiendo, este es el encuentro:
Era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra y por todos los lugares
de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y disciplinas, pidiendo a Dios abriese las manos
de su misericordia y les lloviese; y para este efecto la gente de una aldea que allí junto estaba venía en
procesión a una devota ermita que en un recuesto de aquel valle había. …Vosotros, que quizá por no
ser buenos os encubrís los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero.
Los primeros que se detuvieron fueron los que la imagen llevaban; y uno de los cuatro clérigos
que cantaban las letanías, viendo la extraña catadura de don Quijote, la flaqueza de Rocinante y otras
circunstancias de risa que
notó y descubrió en don Qui-
jote, le respondió, diciendo:
Señor hermano, si nos
quiere decir algo, dígalo pres-
to, porque se van estos herma-
nos abriendo las carnes, y no
podemos ni es razón que nos
detengamos a oír cosa alguna,
si ya no es tan breve que en
dos palabras se diga.
En una lo diré —rep-
licó don Quijote—, y es esta:
que luego al punto dejéis libre
a esa hermosa señora, cuyas
lágrimas y triste semblante
dan claras muestras que la
lleváis contra su voluntad y
que algún notorio desaguisado le habedes fecho; y yo, que nací en el mundo para desfacer semejantes
agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece.