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Muy Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad
llevaría sin embargo a la Iglesia a poner un especial celo en la
difusión de lo sagrado, que en ocasiones quedaba en entredicho.
El 11de juniode1765Carlos IIIpromulgabaunaRealCédula
en la que manda “prohibir absolutamente la representación de
los autos sacramentales y renovar la prohibición de comedias de
santos y de asumptos sagrados”.
Pocos años más tarde, en 1774, el Obispo de la Diócesis
de Cartagena, Diego de Rojas y Contreras, prohibía la salida
de las procesiones en horario nocturno “ante el escándalo
bullicioso que solía haber en ese día en las calles de la ciudad, las
peleas, borracheras y visitas a casas de mala nota, todo ello, en
grave contravención de los fines piadosos para que los desfiles
procesionales se habían creado, y en fomento de toda clase de
vicios que iban en contra de la religión”.
Con todo, y como sabemos, las procesiones siguieron
adelante.
Las exigencias de las cofradías, el control de las autoridades eclesiásticas y la conformación
de un estilo propio, de una escuela escultórica asentada en una zona geográfica determinada, se
convirtieron desde ese momento en un condicionante fundamental para los escultores, que vieron
limitada su capacidad creativa ante una exigencia creciente por parte de los comitentes.
Así, era normal que en los encargos se buscase a un seguidor de un determinado estilo, o
que incluso se solicitase a éste que reprodujese una imagen o una iconografía concreta, que se había
convertido en referencia.
Se unían esas limitaciones a las propias de la técnica escultórica. Así, un paso de Semana Santa
no podía tallarse tan solo para una visión frontal, como los destinados a ocupar una hornacina en un
templo. El escultor debía de tener en cuenta que su obra tendría una visión global, desde cualquier
punto de vista; con el condicionante, además, de que el espectador se situaba por debajo de la escena
y su ángulo de visión podía suponer una distorsión en las proporciones de las imágenes.
Junto a ello, debemos tener en cuenta que algunas posibilidades existentes, por ejemplo, en
la pintura no podían ser llevadas a un paso. Y además debía incorporar determinadas cuestiones
formales derivadas del sentido religioso de la obra, que se anteponían a una mera plasmación realista
de la escena.
Como vemos, no era fácil, en modo
alguno –no lo es-, tallar un paso cuya función
es mucho más trascendente que la simple
representación de una escena concreta.
Con todo, los grandes escultores han
sabido asumir todos esos condicionantes,
tallando obras de gran calidad tanto en una
dimensión artística como religiosa. Y algunos
han sido capaces de ir más allá.
Superar los límites de una escuela o
la exigencia habitual de unos patrones ha
estado al alcance de muy pocos, aquellos que
por su extraordinaria calidad o su marcada