Reflexiones con nuestro Consiliario

Nuestro Consiliario el Rvdo. Sr. D. Julio García Velasco, semanalmente a un nutrido grupo de personas cercanas nos remite la homilía que fruto de reflexiones personales, experiencia, estudio y conocimiento, escribe y presenta cada domingo en la Mesa del Señor.

Fruto de todo este trabajo, ha tenido a bien querer compartir con todos los cofrades corintos y cuantas personas “navegan” por nuestra web, estas reflexiones semanales sobre el evangelio y que nos servirán como instrumento de formación tan necesario en estos días, pero sobre todo para generar esa empatía con nuestra fe, que a veces, solo a veces, olvidamos que nos da sentido, valores y nos acerca al Dios más humano, a nuestro hermano, a nuestro prójimo y al rostro de nuestro Señor de Santa Catalina y a la caricia de la mirada dolida de Maria Dolorosa y en la contemplación y meditación de los Misterios Dolorosos del Santo Rosario.

Agradecer la generosidad, el afecto y la paciencia que en cada acto y en cada día nos regala nuestro querido D. Julio. Gracias de nuevo.

Antonio José García Romero

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7 PALABRAS DESDE LA CRUZ

Triduo, CRISTO DE LA CARIDAD, 2018-02-21

(Mn. Jacinto Pérez Hernando)

             El Gólgota es la cuna que espera acoger el aparente final de la pasión y muerte de Jesús. Y, clavada en ese monte, la cruz es un micrófono abierto desde el que Cristo dirigirá las palabras que jamás ningún hombre se atrevió a pronunciar con tanto corazón, vértigo y paz.

     En una situación crítica, Jesús, silabea palabras de perdón y de amor, de ternura y de comprensión.  Sigue uniendo al cielo con la tierra y a la tierra con el mismo Dios.

        Las últimas siete palabras de Jesús en la cruz constituyen la firma de su propio testamento y, por lo tanto, la culminación de aquello que tantas veces había prometido: la fidelidad a Dios y a los hombres pasa por la negación de uno mismo.

       Las últimas siete palabras de Jesús es la alocución con más pasión y con más desgarro realizada desde el púlpito de la cruz; el momento cumbre donde Jesús no cede un ápice dejando que todo se cumpla en aquel siervo doliente en la cruz.

         Siete palabras salidas de los labios de Cristo; siete palabras que nosotros estamos llamados a pronunciar y escuchar con emoción, con respeto, con fe y con esperanza, con contemplación y adoración.

Siete palabras….pero pudieran ser (en el interior de cada uno) miles de palabras más.

Siete palabras sostenidas en un pentagrama reducido a dos líneas, en una cruz, y con dos notas con común denominador: AMOR A DIOS Y AMOR AL HOMBRE.

Si la caridad es la viga que sostiene a la Iglesia (en labios del Papa Francisco) no menos cierto es que, la cruz, es la que sostiene en muchos momentos nuestros afanes, trabajos, sufrimientos, contradicciones, penas, traiciones, silencios, fe y esperanza.

Queridos hermanos cofrades de nuestro Cristo de la Caridad, estamos a sus pies, acerquémonos a la fuente y exponente de su misericordia, también durante estos días y Cristo desde la cruz nos hablará, dejemos que sus últimas palabras calen en nuestro corazón.

Palabras de misericordia

Palabras de petición

Palabras de paz

PALABRAS DE MISERICORDIA

1ª”Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)

De qué distinta manera, y con qué amplitud, se ve el horizonte del mundo desde tu cruz Señor: el hombre contra el hombre, el mundo contra el mundo.

Caminamos sin sentido y haciéndonos las mismas preguntas que ayer.

Ni pensamos lo que decimos ni, otras veces, decimos lo que pensamos.

Somos los eternos inconstantes e inconscientes en nuestras decisiones y  luchas.

Hoy y aquí, también Señor, seguimos clavando en abundantes maderos invisibles y visibles a muchos de nuestros hermanos que no han cometido otro crimen que no haya sido sino el  de vivir.

Errores y falta de visión, pequeñeces y limitaciones, ansia de poder e incapacidad de reconocimiento de culpas hacen que arriba y abajo, en miles de nuevos Gólgotas se alcen cruces que nos enseñan el valor del sacrificio, de la entrega, de la verdad…aunque tengan que ir firmadas y regadas con sangre.

Hoy, desde el madero, no buscas perdón para los demás (como muchas veces pienso yo)…lo pides y lo buscas también para mí y por mí.

¿También podrás perdonarnos todo esto Señor? Sabor, a misericordia, tiene tu perdón Señor.

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)

Somos hombres, Señor, perdónanos:
por no saber decirte nada, por ser avaros de nuestro tiempo y no tenerlo para encontrarnos contigo.

Somos hombres, Señor, perdónanos: por esconder la claridad del Evangelio, por nuestras cobardías y nuestros compromisos con el pecado.

Perdónanos, Señor, por nuestras faltas de amor, nuestros arrebatos, nuestros prejuicios,
nuestra indiferencia, y todo lo que mata el amor.

Perdónanos, Señor, por no saber perdonar,
por no saber reconciliarnos con nosotros mismos, y, menos aún, con los otros.

¿Cuándo será que sabremos amar como Tú amas?
¿Cuándo será que sabremos amar al otro por él y por Ti?

Perdona la fealdad de nuestra mirada.
Somos hombres, Señor, perdónanos.

2ª”Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43)

Yo también, Señor, quisiera ser un buen ladrón al término de mis días.

Poseer la habilidad de aquel que, con un “acuérdate de mí”, ejerció magistral y profesionalmente su profesión (con más tacto y argucia que nunca) hasta en el mismo patíbulo de su vida: ser ladrón.

Pero buen ladrón.

¡Acuérdate de mí!

Y te robó tu reino Señor

¡Acuérdate de mí!

Y la humildad pudo más que todas las maldades que lo acompañaban hasta entonces

¡Acuérdate de mí!

Y el cielo se le abrió como una posibilidad real y segura.

¡Acuérdate de mí!

Y, a dos ladrones gemelos en delitos pero con diferentes actitudes al final de sus vidas, se les ofreció un paraíso para encontrar en uno la burla y en el otro la fe como respuesta.

Yo también Señor, de verdad, quisiera aprender y ser un “divino ladrón” cuando desde mi personal cruz contemple la tierra como el paraíso que nunca fue y el cielo como la realidad que me espera.

Una por una, te lo pido Señor, no olvides mi nombre.

Por cierto Señor a tres personas que esperaban (el buen ladrón, Juan y María) les dirigiste palabras de misericordia.

En cambio, al mal ladrón que te insultaba, le ofreciste tu silencio.

¿Me hablas a mí, Señor?

¿Dónde me ves?

¿A qué lado de la cruz?

Tus palabras, Señor, tienen sabor a misericordia.

“Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43)

Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos, para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa, para que jamás hable negativamente de mi prójimo, sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras, para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos, para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio.

Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso, para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo.

A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincero incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad.

Y yo mismo me encerraré en el misericordioso Corazón de Jesús.

Soportaré mis propios sufrimientos en silencio.

Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.

3ª”He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre” (Jn 19, 26)

La cruz produce sufrimiento reclamando ayuda y solidaridad.

Nos dejaste huérfanos Señor.

Por tres días pensábamos que la oscuridad se extendería como un manto negro y definitivo sobre  la luz.

Pero, fue entonces, cuando la fidelidad y la esperanza sonó en tus labios con un nombre: MARIA.

Fue, Señor, a la segunda persona a la cual desde la cruz tú hablabas.

Ella, María, esperaba.

Nos la dejaste militante al pie del Misterio en la cruz y, clavada como dulce espina, en el corazón de todos los creyentes.

Ni tan siquiera en esos últimos momentos la quisiste sólo para ti.

Nos la ofreciste triste pero esperanzada. Mirando a la cruz pero con los brazos abrazando a la tierra.

Con el corazón fundido a su Hijo, que moría injustamente, pero latiendo con los vivos deseos de ser Madre de todos.

Sí; tú Señor, nos dejaste como Madre a María y hoy, muchos años después, te pedimos que le hagas sabedora de lo siguiente: que, a pesar de los pesares, aquí sigue teniendo muchos hijos que le tienen como modelo, guía y referencia para la vida cristiana.

En innumerables advocaciones (en montes y llanos, valles y plazas, ermitas y catedrales) Tú Señor nos dices: ¡pueblo aquí tienes a tu madre!.

¿Siento a María cercana a mi fe?

María, Señor, tiene sabor a misericordia divina.

“He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre” (Jn 19, 26)

Préstame, Madre, tus ojos para con ellos mirar, porque si por ellos miro nunca volveré a pecar

Préstame, Madre, tus labios para con ellos rezar, porque si con ellos rezo Jesús me podrá escuchar

Préstame, Madre, tu lengua para poder comulgar pues es tu lengua patena de amor y de santidad

Préstame, Madre, tus brazos para poder trabajar, que así rendirá el trabajo
una y mil veces más

Préstame, Madre, tu manto para cubrir mi maldad pues cubierto con tu manto al Cielo he de llegar

Préstame, Madre a tu Hijo para poderlo yo amar, si Tú me das a Jesús,
¿Que más puedo yo desear?

Y esa será mi dicha por toda la eternidad.

¡QUÉ FÁCIL, SEÑOR! ¡Y QUÉ DIFÍCIL!  ES  SER COFRADE DEL CRISTO DE LA CARIDAD.

Es fácil Señor, muy fácil, portar tu imagen y, al día siguiente, no sentir un rasgo de tu presencia.

Es fácil Señor, muy fácil, envolverse de nazareno y, horas después, olvidar que ser cristiano, no es un hábito sino ir revestido de actitudes evangélicas.

Es fácil Señor, muy fácil, echarse peso sobre el hombro y, a continuación, no aligerar cruces que salen en la encrucijada de cada jornada.

Es fácil Señor, muy fácil, derramar cera de velas que se consumen, y no brindar caridad al que camina en paralelo a nuestro destino.

Es fácil Señor, muy fácil, desfilar con tu rostro sangrante y vivir de espaldas a los que lloran y reclaman manos para levantarse o apoyo para sostenerse en pie.

Es fácil Señor, muy fácil, conmoverse ante una efigie bordada en oro y no condolerse por aquellos otros cristos que rezuman pobreza y necesidad.

Es fácil Señor, muy fácil, gritar y piropear tu nombre y no gritar ¡basta ya!, ante el sufrimiento de tanto hombre

¡Basta de vidas truncadas antes de nacer!

¡Basta ya abortos!

¡Basta ya de jugar con la dignidad humana!

Es fácil Señor, muy fácil, manifestar hacia fuera lo que, tal vez, no es muy fuerte por dentro.

Pero, ¡qué difícil, Señor! ¡Qué difícil!

Esa otra procesión que quiere recorrer, sencilla y sin demasiado ruido, las calles de mis entrañas. La esencia de mi corazón.

¡Qué difícil, Señor! ¡Qué difícil! Organizar un desfile, de paz y de concordia, de obediencia y de bondad por las arterias de mi alma.

¡Qué difícil, Señor! ¡Qué difícil! Avanzar con ese otro “paso” del Cristo doliente cuando, a mi puerta, llama la mala suerte, la prueba o la aflicción.

¡Qué difícil, Señor! ¡Qué difícil! Concluir ese otro tramo de humildad y de fe, de compasión y de esperanza que mi aliento necesita para reconocerte, quererte y amarte.

¡Qué difícil, Señor! ¡Qué difícil! La procesión que va desde fuera hacia dentro. Aquella otra que, el Espíritu organiza para asombrarme dentro de mi mismo.

¿Por qué cuando tú pasas por dentro de mi existencia no escucho trompetas de silencio?

¿Será, Señor, que pongo más afán en adornar

con reposteros los balcones y ventanas de mi casa, que en disponer el domicilio de mi corazón?

¿Por qué, Señor?

¡Qué fácil, Señor! ¡Y qué difícil es todo, mi Señor!

Qué difícil seguirte, quererte, amarte, obedecerte siempre y en todo.

Qué cómodo, Señor, olvidar todo esto y guardarte –el resto del año- como quien recoge en el armario un traje que sólo se usa una vez.

7 PALABRAS DESDE LA CRUZ

Triduo, Cristo de la Caridad, 2018-02-22

(Mn. Jacinto Pérez Hernando)

Continuando con el tema de las palabras de CRISTO DE LA CARIDAD DESDE LA CRUZ, hoy meditaremos, en esta homilía, sobre las PALABRAS DE PETICIÓN Y PALABRAS DE PAZ.

PALABRAS DE PETICION

4ª”Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46)

Subir a la cruz es saber relativizar  la grandeza de un paisaje que se nos presenta espléndido pero engañoso.

Es ver a la deriva  un hombre que sigue gritando con el grito del mismo Cristo: ¡DIOS POR QUÉ NOS HAS ABANDONADO!

Uno se acerca a la prensa de cada día y puede llegar a concluir que la ausencia de Dios produce tensiones y desgarros, muertes e injusticias, guerras fraticidas y desenfreno, mediocridad y vida que ya no es vida.

En medio de todo eso, la cruz, sigue destellando luz y poderío  donde se agolpó la desesperanza.

Sigue pidiendo a voz en grito, alzada y victoriosa,  hombres y  mujeres que quieran ser semilla de nuevos mundos y de nuevos modos, de nueva vida y de nuevas vidas, de renovada fe y de renovadas conciencias.

No; no es Dios quien ha abandonado al mundo, es éste quien (orgulloso y altanero, juez y dueño de sí mismo) dejó de usar el ascensor de la Fe para encontrar respuestas a su entorno y encontrar en la cruz un disparadero de lo mejor de sus fondos humanos.

Y en medio de todo ello….el silencio aparente de Dios.

Cuántas veces sentimos que vives abandonado porque nosotros, Señor, te hemos dejado sólo.

¿Acompañamos a Cristo en su pasión por el mundo?

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46)

“Tengo mil dificultades: ayúdame.

De los enemigos del alma: sálvame.

En mis desaciertos: ilumíname.

En mis dudas y penas: confórtame.

En mis enfermedades: fortaléceme.

Cuando me desprecien: anímame.

En las tentaciones: defiéndeme.

En horas difíciles: consuélame.

Con tu corazón maternal: ámame.

Con tu inmenso poder: protégeme.

Y en tus brazos al expirar: recíbeme.

5ª”Tengo sed” (Jn 19, 28)

Aquel que todo lo pudiera haber tenido, siente sed.

Aquellos que todo no podemos ni a todo llegamos a penas tenemos sed de nada o de muy pocas cosas.

Hace tiempo, Señor, que nuestro paladar es insípido para las realidades que en verdad son importantes.

Hace tiempo, Señor, que el gusto se nos perdió peregrinando y apurando  licores que nos envenenan y nos hacen dar por cierto lo que luego resulta ser falso.

Hace tiempo, Señor, que tenemos sed de apariencia y de poder, de dinero y de comodidad.

Hace tiempo, Señor, que soberbios y ensimismados nos cuesta pedir lo que necesitamos, solicitar aquello que carecemos y, cuando llaman a nuestra puerta, también nosotros bajamos al fondo de nuestro corazón ofreciendo altas dosis de vinagre despejando  de hermanos los senderos por los que discurrimos.

Hace tiempo, Señor, que el mundo perdió la sed por aquello que merecía la pena.

¿Qué hacer para tener esa sed tuya Señor?

Tu sed de nosotros tiene sabor a misericordia.

 “Tengo sed” (Jn 19, 28)

Nos haces falta tú, Señor,
pues tenemos sed, Señor, mucha sed, por tantas y tantas necesidades, que no logramos satisfacer.

Nos hacen falta muchas cosas pero más que nada nos hace falta tu gracia, tu amor y tu paz.

Nos haces falta tú, Señor, en nuestra vida;
tu ausencia es peor que la sed inapagable que está quemando nuestro ser.

Nos hace falta el agua viva que nos da la certeza de un futuro de vida.

Nos hace falta sobre todo sentirnos unidos a Ti, para saber compartir y saciar nuestra sed.

PALABRAS DE PAZ

6ª”Todo está consumado” (Jn 19,30)

No hace mucho tiempo, Señor, que recorría las orillas de un sembrado.

Salió el propietario y me dijo: “ya ves…todo ha acabado la siega y el sembrado”.

Por supuesto que no, contesté, ahora es cuando comienza a tener potencia lo    que en apariencia es fracaso y cansancio, hastío y absurdo.

Ahora es cuando vendrá la fuerza de lo alto y, después de un letargo, se disparará airosa y pletórica la semilla que con pena y sacrificio se echó al surco de la tierra.

Así es tu muerte Señor.

Semilla que se consumirá por nosotros hasta el último aliento.

Pero no temas, Señor, la tierra no tendrá su última palabra.

La humillación y el desgarro abra merecido la pena.

La sangre será abono y riego sin medida.

Tus lágrimas respuesta al hombre que salvación quería y no la encontraba.

A muchos cristianos acomplejados, por lo que sea, les ha entrado en la vena de la ve una sensación: “todo ha terminado” “no hay nada que hacer”.

Tu consumación, Señor, tiene sabor a misericordia.

“Todo está consumado” (Jn 19,30)

Cuantas veces, Señor, no hemos sido fieles, no hemos sido realistas frente a las cosas!

Cúantas veces hemos creído poco en la inagotable fuerza de vida que deriva de la cruz!

Concédenos Señor, que, al contemplarla,
nos sintamos amados por Ti, amados por Dios, hasta el fondo, tal como somos;
y creamos que por la fuerza de la cruz
existe en nosotros una capacidad nueva
de dedicarnos a los hermanos, según aquel estilo y aquel modo que nos enseña y comunica la cruz.

Danos, Señor, descubrir que la cruz hace nacer de verdad un hombre nuevo dentro de nosotros, suscita nuevas formas de vida entre los hombres, conviértete en el preludio,
la promesa y la anticipación de aquélla vida plena que explotará en el misterio de la resurrección.

Nos arrodillamos ante la Cruz con María y pedimos que comprendamos, como ella comprendió, el misterio que transforma el corazón del hombre y que transforma al mundo.

Jesús cuando seas levantado en tu cruz
atráeme hacia Ti.

7ª”Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

Es la hora del silencio.

La cabeza se inclina.

El cuerpo se estremece.

Los ojos se cierran.

El velo se rompe en dos.

La gente se lamenta por lo que pudo y no quiso o no supo hacer.

El amigo que sigue llorando por la triple negación profesada y amargamente llorada a pie de calle.

Y, allá al fondo, un árbol sostiene la figura de aquel otro que mucho vendió por el ruin tintineo de treinta monedas creyendo que su pecado era más grande que la misericordia divina.

Tan sólo, al pie de la cruz, permanece silenciosa e intacta, virginal y dolorosa la que mantiene abierta la esperanza y el inicio de la Iglesia: María recostada en el pecho de aquel que tuvo el suyo en el de Cristo cuando compartía la última cena..

Allá al fondo, Señor, ¿no lo oyes?..se escucha el clamor de  la ciudad de este mundo.

Las innumerables cuestas y calvarios del nuevo Gólgota que te clava y te humilla, te margina y te olvida.

Allá al fondo, Señor, ¿no lo oyes?

Son las risas de los eternamente insatisfechos que condenan y no perdonan, que mortifican al justo que defendió la justicia y amordaza al que pregona la verdad.

Allá al fondo, Señor, ¿no la oyes?…es la voz nítida pero convencida de los muchos creyentes que seguimos entregando nuestras vidas al soplo del Espíritu que habita en nosotros.

Allá al fondo ¿no lo oís? los que blasfeman, profanan o ridiculizan la fe cristiana.

Los refugiados atenazados por un mundo indiferente.

Los cristianos masacrados ante el silencio vergonzoso de Occidente.

Los “nuevos Herodes” que quieren sustituir navidades por semanas blancas o la Pascua por los días de primavera.

Los “nuevos Herodes” que utilizan la espada de su lengua y leyes afiladas para cortar todo lo que suene a vida divina, trascendencia o presencia pública del cristianismo a pie de calle.

Encomendarse a Ti, Señor, es saber que nunca nos faltará la fuerza que viene de lo alto.

Tu último aliento, Señor, tiene sabor a misericordia del Padre.

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

En tus manos Padre Santo y Misericordioso, ponemos nuestra vida,
Tú nos la diste, Guíala y llénala de tus dones.

Tú estás a nuestro lado, como roca sólida y amigo fiel, aun cuando nos olvidamos de ti.

Pero ahora volvemos a ti.

Queremos agarrarnos a la guía segura de tus manos, que nos conducen a la Cruz.

Sentimos la necesidad de meditar y de callar mucho, sentimos también la necesidad de hablar para darte gracias.

Y para dar a conocer a todos los hombres las maravillas de tu amor.

Nos separamos de ti, fuente de la vida, y encontramos la muerte.

Tu Hijo sin embargo no se paró ante el pecado y la muerte, sino que con la fuerza del amor, destruyó el pecado, redimió el dolor, venció la muerte.

La Cruz de Cristo nos revela que tu amor, es más fuerte que todo, el don misterioso y fecundo, que mana de la cruz.

Es el Espíritu Santo, que nos hace partícipes, de la obediencia filial de Jesús,

Nos comunica tu voluntad, de atraer a todo hombre a la alegría de una vida reconciliada y renovada por el AMOR.

¡En Tus manos Señor deposito mí vida!

Querido hermano cofrade del Cristo de la Caridad.

¿Quieres poner en hora tu vida?

Sí dejas de mirar la hora y, lees un poco más el evangelio, notarás que todo el tiempo del mundo no vale lo de un minuto en la presencia del Señor.

Si llegas puntual a todos los sitios pero, tarde o nunca, a la cita con Dios;

¿el día de mañana podrás esquivar el gran encuentro con el Señor.?

Si llenas tu agenda de compromisos y de fiestas, de comidas y de aspectos secundarios;

¿Cuándo le dejarás a Dios que ponga en hora tu corazón?

Si una hora para Dios te parece una eternidad y, en cambio, 24 te parecen pocas para el triunfo o la distracción;

¿no crees  que ya es el momento de que pienses qué es o qué  puede ser tu vida interior?

Si el reloj de tu fe, queda desfasado en la mesilla del olvido,

¿por qué no intentas darle cuerda o ponerle pilas con la eucaristía de cada domingo?

Si el reloj de tu esperanza, quedó agarrotado por la presión de tu entorno;

¿por qué no incentivas en tu vida el silencio o la oración personal?

Si el segundero de tu reloj de cofrade cristiano, va despacio para las cosas de Dios y muy deprisa para con las cosas del mundo; ¿por qué no intentas acompasarlo al amor que te tiene el CRISTO DE LA Caridad?

Semana santa, quinario, preparación emocionada para acompañar a Cristo…

En este tiempo te propongo aprender a mirar el reloj de otra manera:

dando más importancia a lo que, como cofrade cristiano, llegamos retrasados, y demorando aquello que nos puede producir dejadez, pereza o distanciamiento de Dios.

Pon en hora tu reloj de cofrade…

Tú Cristo de la caridad desde la cruz te ayudará a conseguirlo….siempre que tú quieras poner en hora, tu vida, como cofrade del CRISTO DE LA Caridad.

Perdón, se me olvidada algo rutinario que posiblemente os pueda suceder a cada uno de vosotros.

Decía al terminar la homilía de ayer:

“qué cómodo, Señor, olvidar todo esto y guardarte – el resto del año –como quien recoge en el armario un traje de color corinto que sólo se usa una vez al año”.

Está bien guardar el traje en un armario para que no se apolille, pero dejar juntamente con  el traje el corazón de cofrade… corre el peligro de apolillarse.

Nuestro Cristo de la Caridad está a la vista todo el año, no se queda dentro de un armario, pero se quedó en silencio después de la séptima palabra, se quedó en silencio porque no tiene a nadie que le escuche, porque casi nunca ve a nadie a sus pies…pero en silencio, pacientemente, ve nuestro traje y nuestro corazón de cofrade en el armario, esperando que algún día, durante el año, te acerques y le muestres el estado de tu traje y corazón de cofrade.

Y estoy seguro, que él día que te acerques, te dirá la octava palabra desde la cruz.

Te dirá, por lo menos, que a pesar de todo, te quiere.

Y si tú no te quedas en el armario y vas a verle, ¿qué le dirás?

ORACIÓN FINAL

Mi cristo de la caridad, cuánto sufriste en la Cruz al ofrecer tu vida al Padre, para salvarnos!

Nos has trazado así el camino del Amor que nos lleva a la felicidad eterna.

Te ofrezco mi vida como oración, con sus dolores y alegrías y con mi esfuerzo de vivir mejor tu evangelio.

Te lo ofrezco para que todos seamos buenos y encontremos salvación por Ti.

Perdona nuestros pecados.

Que sepamos seguir sirviéndote y amándote en nuestros hermanos que sufren hoy. Gracias Señor por querernos tanto!.

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Domingo 11º -B. NUESTRA TAREA ES SEMBRAR.

Jesús anunciaba el reino de Dios por medio de parábolas. En cierta ocasión contó una diciendo que la semilla del reino de Dios crece sin saber cómo.

El protagonista de esta parábola es la semilla, no tanto el labrador,  ni la calidad del terreno. La semilla tiene dentro de sí una fuerza que la hace germinar, crecer y madurar… Pensemos en lo que nos pasa a nosotros: cuando tenemos un gran ideal, un gran amor que nos mueve desde dentro somos capaces de todo, somos eficaces.

Lo que Cristo nos enseña es que e“Reino” de Dios crece desde dentro cuando la fuerza de la Palabra de Dios actúa en nuestro interior. Esto quiere decir que lo que importa es acoger la semilla, que es la Palabra de Dios, en lo íntimo de nuestro corazón.

Todo esto nos invita a no impacientarnos. La semilla tiene su ritmo de germinación y desarrollo, y en su momento dará su fruto.

La semilla germina, dice Cristo, sin que el labrador sepa cómo. También nosotros, muchas veces “no nos explicamos” cómo una persona, por ejemplo, es cada vez menos egoísta, es más servicial, es más practicante, y más valiente en dar testimonio de su fe. Es la fuerza de la semilla-Palabra de Dios, una semilla insignificante (un grano de mostaza), que actúa desde dentro con la colaboración de la persona humana. Esa es la explicación de la vida de esa persona.

En la primera lectura, el profeta Ezequiel nos recuerda el fracaso del pueblo de Israel que se consideraba como un árbol grande y orgulloso, y que es cortado y sólo sirve para leña. Pero también habla el profeta de una ramita de ese tronco roto, el “resto” de Israel, un pueblo maltrecho, que se convertirá en un árbol grande, el pueblo mesiánico, no por los propios méritos, sino por obra de Dios.

La lección que Cristo nos quiere dar hoy a sus seguidores es que no nos desalentemos al ver que nuestros  esfuerzos muchas veces no obtienen el fruto esperado. Nuestra tarea consiste en sembrar el evangeliono en cosechar. Esto vale para los ministros del evangelio y para todos: para los abuelos y los padres cristianos que tantas veces os lamentáis de que vuestros hijos y nietos no practican, ni siguen las costumbres que vieron en casa. No hay que alarmarse, para Dios siempre hay tiempo. A nosotros, los mayores, nos toca dar buen ejemplo y rezar. No olvidemos que  “la primera condición para hablar de Dios es hablar con Dios…” (Benedicto XVI).

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CORPUS 2.015

Hoy la Palabra de Dios nos habla de la eucaristía en relación estrecha con  el tema bíblico de la Alianza.

El texto del libro del Éxodo, nos recuerda que Moisés  roció con la sangre del sacrificio a todo el pueblo, diciendo: “esta es la Sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros”. Esa sangre  simbolizaba la relación de amor de Dios con el pueblo, y creaba lazos de solidaridad y unión entre los distintos clanes y familias que dan lugar al pueblo de Israel. Todos podían decir: ¡Tenemos la misma sangre! Y el pueblo dijo: ”Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor”. Pero pronto fue infiel al pacto-Alianza con Dios. La infidelidad se manifestó en la idolatría y en las injusticias dentro del mismo pueblo. (“No tendrás otro Dios…” leyes sociales…)

La infidelidad del pueblo perduró hasta que llegó Jesús, el Mesías, el Salvador. Entonces, en la sangre de Cristo, el Cordero inocente, se realizó una nueva y definitiva alianza. El mismo Cristo dice en la cena tomando la copa de vino en sus manos: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos” (Mc 14,24) La sangre de la primera alianza rociaba por fuera. Esta sangre de Cristo nos limpia por dentro, borra nuestros pecados.  “Tomad y bebed”: es la sangre de la Nueva Alianza.

Y tomando el pan dice, ante el asombro de sus amigos: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros” (Lc 22, 19)”. Es un pan que se parte para que todos puedan comer y no mueran de hambre. Y Jesús añadirá “Haced esto en memoria mía”.

Pablo dirá: “el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (1 Cor 10,16-17)

El “Haced esto” lo cumplimos celebrando la misa. Pero hay más. Con su gesto de partir el pan, Cristo nos dice: “haced lo que yo hago: me parto, me entrego por todos, para que todos lleguen al conocimiento de la verdad; haced vosotros lo mismo”.

La nueva Alianza le ha costado a Cristo ser triturado como el grano de trigo para convertirse en pan, ser estrujado como la uva para convertirse en el vino nuevo del reino de Dios: el amor de Dios, el ES.

También nosotros, si queremos ser pan y vino para los demás (y no una piedra o vinagre) tenemos que “triturar” nuestro egoísmo que es el que nos encierra en nosotros mismos, indiferentes a lo que les suceda a los demás.

(Comer hoy el mismo pan nos compromete a vivir en la unidad, reconciliados con Dios, y con los demás, construyendo comunidad como un signo para este mundo que sufre enormemente por el terrible egoísmo de quienes rechazan a Dios, y niegan la dignidad del hombre, lo explotan, lo esclavizan y hasta lo matan. )

La nueva alianza se ha realizado en el Cuerpo de Cristo, en la cruz de Cristo. En las alianzas humanas, todo es frágil y quebradizo si no está presente el amor de  Cristo que acepta la cruz y triunfa sobre la cruz. Un amor que no está dispuesto a aceptar la cruz durará muy poco.

En este Día de la Caridad, recordamos lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia:

“La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos”  (n,1397)

Y finalmente, no podemos olvidar lo que dice el Vaticano II: “es deber del Pueblo de Dios, y los primeros los Obispos, el socorrer, en la medida de sus fuerzas, las miserias de nuestro tiempo y hacerlo, como era antes costumbre en la Iglesia, no sólo con los bienes supérfluos, sino también con los necesarios” (Gaudium et Spes, n. 88)

Que nuestra colecta sea hoy un signo elocuente de nuestra fe y del amor a nuestros hermanos necesitados.

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EL MISTERIO DE LA TRINIDAD-  B 2015

Celebramos hoy el misterio de la Santísima Trinidad. ¿Qué puede significar la Trinidad para nosotros hoy? Pues, ya de entrada, hay que decir que significa nada más y nada menos que creer o no creer en Dios tal y como Dios es. En el misterio de la Trinidad los creyentes afirmamos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El Padre es el Creador: La creación es la obra amorosa de Dios Padre. Contemplándola surge en el creyente la admiración y la acción de gracias (“¡Señor dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”: Salmo 8)

El pueblo de Israel, a lo largo de su historia, fue descubriendo que el Dios Creador,  era también el Liberador de los oprimidos y Padre de todos. Esto quiere decir que Dios rechaza a los opresores, explotadores, dictadores y a quienes privan de su dignidad a los pobres y desvalidos.

El HIJO es la Palabra de la Verdad y la Vida  por quien y para quien fueron hechas todas las cosas. Es el enviado por el Padre para reconciliar a los hombres con Dios y entre sí. Enviado para ofrecernos el amor y la  misericordia del Padre, para inaugurar en el mundo el reinado de Dios que se resume en las palabras: UNIDAD, PAZ, JUSTICIA, AMOR.

El poder y amor de Dios no conocen límites: el “más difícil todavía” es que El Hijo de Dios se hace hombre y se llama Jesús de Nazaret. Él es el rostro humano de Dios.  Él nos dice, con parábolas sublimes y sencillas a la vez, cómo es Dios; por ejemplo en la parábola del llamado hijo pródigo, es el Padre que acoge, perdona, quiere que seamos felices, que nos queramos de verdad, que disfrutemos de la creación y la vayamos perfeccionando.

El ESPÍRITU SANTO es el amor de Dios, “el director técnico, el maestro de obras y el director de personal” en la construcción del reino de Dios. El provee a los hombres de dones-capacidades-habilidades (carismas) para las distintas funciones y actividades que hay que realizar para que el Proyecto de Dios sobre el mundo se pueda realizar.

El Espíritu Santo es el amor de Dios derramado en nuestros corazones (Romanos 5,5), en el bautismo y confirmación, y hace posible el envío de Cristo: “Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28,16)

 La Trinidad es el centro y el corazón del cristianismo.

La fe en el Dios Uno en tres Personas no es un «añadido» o una complicación del cristianismo, sino su centro y su corazón, porque expresa la certeza de que Dios es Amor, en sí mismo y para nosotros.

Estamos hechos a imagen de Dios, Uno en tres Personas; por eso buscamos la relación, la comunicación, la amistad. Nuestra vocación es el amor en comunión.

La Iglesia está llamada a ser icono de la Trinidad: un grupo de personas que intentan vivir como hermanos, hijos del mismo Padre, discípulos del Hijo, y unidos en el Amor del Espíritu que une al Padre y al Hijo y desborda hacia el mundo y la humanidad entera para invitarla a entrar en el gran Círculo de la divinidad.

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“A VOSOTROS OS LLAMO AMIGOS (Juan 15, 12-17)

El Señor nos dijo que la señal por la que conocerán que somos sus discípulos es, si nos amamos los unos a los otros.

El amor al prójimo no es un amor etéreo, sino concreto. Es un amor  que se materializa en obras. En ellas está la prueba del verdadero amor. Escribía Santa Teresa de Jesús que “es necesario no poner nuestro fundamento solo en rezar y contemplar, pues si no practicamos las virtudes, nos quedamos enanos”… y continúa diciendo: “tengo por imposible que el amor esté inactivo y sin obrar” (7M, 4,10). El amor no existe sin obras de amor.

Dice Jesús que hemos de amarnos como él nos ha amado. Se trata de un amor entrañable, propio de amigos, que nace de tener intereses, inquietudes y sentimientos comunes. “A vosotros os llamo amigos”, dice Jesús, porque nos ama así, como si compartiera alma y corazón con nosotros. El amigo te conoce y, a pesar de conocerte, te quiere. El amigo siempre cree en ti y se fía de ti. Se dice que tener un amigo es duplicar las alegrías y dividir las penas. Cuando se está con el amigo el tiempo pasa deprisa y el camino nunca se hace largo. El amigo verdadero nunca te dice lo que quieres escuchar, sino lo que te conviene. Al amigo se le conoce sobre todo en la adversidad. Encontrar un amigo, verdaderamente, es haber encontrado un tesoro. Es una suerte saber que Jesús nos ama así, como nos ama un amigo.

Ahora nos toca a nosotros poner en práctica ese mismo sentimiento de amistad en el trato con los demás. Un corazón grande hace sitio a todos: a pobres y ricos, a los tristes y a los alegres, a los que piensan igual y a los diferentes; a todos ofrece cercanía, escucha, esperanza, apoyo y perdón, amistad …

“Sed la expresión viva de la amabilidad de Dios: amabilidad en vuestro rostro, amabilidad en vuestros ojos, amabilidad en vuestra sonrisa, amabilidad en vuestra cariñosa forma de saludar.

Vosotros sois la amabilidad de Dios hacia los pobres. Regalad siempre una sonrisa gozosa a los niños, a todos los que sufren y se encuentran solos. Dadles no sólo vuestros cuidados, sino también vuestro corazón” (M. Teresa de Calcuta)

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CORPUS. EL SIGNO DEL PAN

             La primera lectura del libro del Deuteronomio, nos presenta la exhortación de Moisés al pueblo para que cumpla los mandamientos de Dios, recordándole la experiencia de los 40 años por el desierto, camino de la tierra prometida. Durante ese largo camino, el Señor puso a prueba a su pueblo para ver si guardaban sus mandamientos o no: Pasaron hambre, pero luego el Señor Dios los alimentó con el maná, para que aprendieran que no sólo de pan vive el hombre, sino de la Palabra de Dios. Les/nos enseña que la vida no es simple materialismo: desear únicamente vivir bien, pasarlo bien, y olvidarse de todo lo demás, hasta del mismo Dios que los sacó de la esclavitud.

            Cuando el pueblo de Israel entró en la “tierra de leche y miel” que se le había prometido, se creyó que todo era conquista suya y se olvidaron del Señor, que le sacó de la esclavitud y le dio de comer y beber en el desierto. Esto pasa: parece que cuando tenemos más, cuando nos damos buena vida, cuando no nos falta de nada, nos olvidamos de Dios. Es el orgullo, el creer que lo podemos todo, y que no necesitamos a Dios.

            Jesús, en el evangelio, habla de la vida del espíritu. La grandeza del hombre está en que es un ser espiritual, llamado a vivir en comunión con Dios. El milagro de la eucaristía es lo que hace posible esa vida de Dios en nosotros. Si no nos lo hubiera dicho Cristo, no lo creeríamos de ninguna manera. Pero son sus palabras: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo…, el que come de este pan vivirá para siempre; si no coméis la carne del Hijo del hombr, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él; el que me come vivirá por mí”.

            Jesús se refiere a la vida verdadera, a la vida eterna. Los que comieron el maná en el desierto terminaron muriéndose como los demás. Los que banquetean espléndidamente cada día, terminan muriéndose como los demás. No sienten hambre del pan bajado del cielo. Están satisfechos con otros alimentos: el dinero, los viajes, los negocios, los juegos, los placeres de la vida… Al parecer, no tienen hambre de Dios. Pero en el fondo de todos ellos, y quizá también en nosotros, hay una insatisfacción profunda. Si no alimentaron su alma con el alimento espiritual, que es la fe en Cristo, su Palabra de vida, el pan de la eucaristía, ¿cuál será el fin de su vida?, al final ¿qué les espera?

            El pan de la Eucaristía es hoy el alimento del nuevo pueblo de Dios que peregrina en este mundo. Es el pan que nos alimenta para realizar el paso de este mundo al Cielo, a la verdadera “tierra de leche y miel”. Necesitamos ese alimento para no desfallecer…

            Es el pan de la unidad: « el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan».

            La unidad de alimento produce también la unidad entre aquellos que comulgan.

La comunión con Cristo es también y necesariamente comunión con todos los miembros de su cuerpo. Por eso, hemos de vivir una vida fraterna, de ayuda mutua en todos los sentidos, un compartir lo que somos, tenemos y hacemos.

            En este día hacemos la Colecta de Cáritas, recordando las palabras de Jesús: “Tuve hambre y me disteis de comer”. Seamos generosos, que el Señor nos bendecirá como sólo él puede hacerlo.

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LA SANTÍSIMA TRINIDAD.

Celebramos el misterio de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ha sido el Hijo, hecho hombre en Jesús, quien nos ha hablado de su familia, la Santa Trinidad. Y no sólo eso, sino que ha dado la vida por nosotros que estábamos alejados, perdidos por el pecado, para acercarnos y meternos en su propia Familia; y después nos ha enviado al mundo para que digamos a los  hombres que todos están invitados a formar parte de la Familia de Dios. Eso comenzará con la fe y el bautismo: “Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28,16)

La verdad es que el esfuerzo realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para exponer con conceptos humanos el misterio de la Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a vivir su fe.

Por eso, hemos de acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús: misterio del Hijo de Dios encarnado.

El misterio del Padre es amor entrañable. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas con ternura infinita y profunda compasión, por caminos que sólo él conoce. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.

Nuestra primera actitud ante ese Padre ha de ser la confianza. Ante Él, no tengamos nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Él siempre nos espera, espera nuestro retorno a Casa.

También Jesús nos invita a la confianza. Él nos dice: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar, se nos descubre cómo nos quiere Dios: en paz, cercanos y amigos.

Finalmente, acoger el Espíritu, que une en el amor al Padre y al Hijo, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios, que es AMOR. Y el gozo de esa presencia, nos empujará a compartir ese amor con los hermanos.

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PENTECOSTÉS

             Celebramos la que muchos llamaban la fiesta del “Dios desconocido”. Y es que el papel del ES ha sido muy secundario en la vida de los cristianos. Sin embargo, el papel del Espíritu Santo es vital.

Qué nos dice la Palabra de Dios?

            Después de la muerte de Jesús, los discípulos se sentían desilusionados, perplejos y deprimidos. Algunos habían regresado a Galilea, y otros se habían quedado en Jerusalén, pero echando el cerrojo a la puerta de la casa.

            Leemos en el libro de los Hechos: “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente vino del cielo un ruido,  semejante a un viento impetuoso…y aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas…” Es el Espíritu que “se cernía sobre las aguas” en la primera creación e hizo surgir la vida. Ahora Dios quiere, por el mismo Espíritu, renovar todas las cosas, poner en marcha una nueva creación y una humanidad nueva en Cristo Resucitado, el Hombre nuevo. Se abren de golpe las puertas, y comienzan a proclamar “las grandezas de Dios”, que ha resucitado al Mesías crucificado.

            Todos les entendían, cada uno en su lengua. Es que el amor habla todas las lenguas, y a quien ama todos le entienden. La Buena Noticia del evangelio, que es el amor de Dios (“tanto amó Dios al mundo, que le envió a su Hijo…”), se entiende en todas las lenguas…

            Juan, por su parte, nos dice las cuatro cosas que hizo el Resucitado cuando “se presentó en medio de ellos”:

  • Les saluda con la paz, fruto de su victoria.
  • Les presenta sus credenciales: las manos y el costado, signos de su amor y entrega hasta la muerte. Para decirles: siempre podréis contar con mi amor.
  • Exhaló su aliento: “Recibid el Espíritu Santo”.
  • Los envía al mundo para anunciar el evangelio de la reconciliación: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros…, a quienes perdonéis los pecados, Dios se los perdonará…”.

HOY. ¿Cuál es nuestra experiencia? ¿la experiencia de la Iglesia?: alegría? ¿puertas cerradas? ¿desconfianza? ¿miedo?…

            El Señor nos dice: “Abrid las puertas. No tengáis miedo. Abrid el corazón al viento fuerte del Espíritu. Él echará fuera de vuestro corazón las hojas secas de un amor apagado, rutinario, no comprometido; y encenderá en vuestro corazón el fuego de su amor, y os dará la fuerza para el testimonio. El llenará de vida las palabras que se os han quedado vacías y las formas de vida cristiana que se os han anquilosado”.

            En el Credo lo nombramos como “Señor y dador de vida”. El Espíritu es la fuente de la vitalidad de la Iglesia. En muchos lugares, la Iglesia padece hoy una fuerte anemia. El remedio está en el Espíritu. Pero al Espíritu no podemos encerrarlo, ni en una experiencia emocional insensible al compromiso con los demás, (algunos carismáticos) ni en la ley (movimientos integristas), olvidándonos del evangelio.

            El ES es libre. El hace nacer en cada lugar y en cada época los carismas que la Iglesia necesita (1 Cor 12)  Es el alma de la comunidad cristiana. Pero, si en vez del motor del Espíritu, seguimos tirando del carro de la Iglesia con los bueyes de una carreta vieja, la Iglesia no avanzará. La Iglesia ha de tener hoy una gran creatividad. Pero para crear hay que creer. Hay que creer en el Espíritu, dejarse guiar por el E. de Jesús. Sólo los santos renuevan la Iglesia.

            Que el Señor nos conceda en esta celebración los 7 dones del ES, que siguiendo a Isaias (11,1-3), son: el don de sabiduría, el don de entendimiento, el don de consejo, el don de fortaleza, el don de ciencia, el don de piedad y el don de temor de Dios. Y que la vida en el Espíritu nos haga vivir y saborear los frutos del mismo Espíritu: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo. ¿Quién no desearía gustar de estos frutos?

            En la celebración de la eucaristía se hace presente el Señor con sus manos y costado abiertos y nos da su Espíritu y la paz. Y unidos como hermanos somos enviados al mundo a anunciar y vivir el evangelio.

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Domingo 6º de Pascua-A

La primera lectura, tomada del libro de los Hechos, nos presenta a Felipe predicando en la ciudad de Samaria. Anuncia el Evangelio a unos hombres considerados por los judíos como herejes y extranjeros. El texto nos dice que “El gentío  escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo”. Se trata de signos de liberación de los espíritus del mal y, además, signos de curación.  La consecuencia no podía ser otra: “La ciudad se llenó de alegría”.

Esta evangelización de Felipe que rompe fronteras, y supera odios y rivalidades, es claramente obra del Espíritu. Este hecho encierra una lección muy importante para nosotros: la evangelización (predicar a Cristo, como hacía Felipe) ha de ir acompañada de signos de liberación y curación, para que nuestros pueblos y ciudades se llenen también hoy de alegría. (Ayudar a que los demás sean libres y vivan dignamente).

En la 1ª carta de san Pedro se nos recuerda que los cristianos debemos estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida. Nuestra vida debería suscitar en los no creyentes la pregunta: ¿por qué crees?, ¿por qué te empeñas en confiar en la bondad de Dios a pesar del dominio del mal y de las injusticias de este mundo? En todo caso, nuestra respuesta ha de ir acompañada de “mansedumbre, respeto y buena conciencia”. Y cuando seamos calumniados y no se acepte nuestro testimonio recordemos las palabras de Pedro: “mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal”. Cristo es siempre nuestro ejemplo y nuestra fuerza.

En el evangelio se nos proponen dos temas esenciales para una vida cristiana:

  1. El mandamiento de Jesús.El único mandamiento de Jesús consiste en amar. La palabra y el amor están muy relacionados. Quien ama, escucha. Nadie escucha si no ama. Quien ama, acoge las palabras y los deseos de la persona amada. Jesús nos muestra que el amor a Dios y al prójimo  no es una cuestión de obediencia, ni una carga o una ley; es la respuesta agradecida al amor incondicional y amoroso de Dios Padre. El nos ha amado primero.
  2. El Espíritu Santo.El Evangelio de san Juan da al Espíritu Santo el nombre de “paráclito”: defensor, consolador, iluminador, liberador. El Espíritu nos revela el misterio de Jesús, y nos hace comprender sus palabras y sus obras. Es mucho más que lo que pasa cuando el mejor amigo de una persona nos habla de quién es y cómo es esa persona; y es que el Espíritu Santo mora en nosotros y nos habla dentro de nuestro corazón. Ser cristiano consiste en dejarse guiar por el Espíritu. El nos da la fuerza necesaria para ser testigos de Jesús y anunciar, con alegría y sin miedo, la Buena Noticia del Evangelio.

La Iglesia sin el Espíritu santo sería como una bombona sin butano. De nada le servirían grandiosas catedrales y solemnes liturgias. Si le faltara la presencia viva del Espíritu, sería un simple museo de antigüedades.  Pero nos alegra saber que el Espíritu de Jesús está presente en su Iglesia: en la Palabra de Dios, en los Sacramentos, en muchísimos santos y santas, y en todos los buenos cristianos que intentan ser fieles a Jesús.

Para terminar, hagámonos un par de preguntas: ¿Vivo amando o simplemente “cumpliendo” unos mandamientos y normas que me han impuesto? ¿El Espíritu Santo dirige mi vida, o es mi espíritu egoísta quien me impulsa y guía mis pasos?

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5º domingo de Pascua (A)

Juan 14, 1-12

EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

 

En la última cena, hacia el final, Jesús da a entender a los discípulos que ya no estará mucho tiempo con ellos. En un determinado momento, Judas sale misteriosamente de la sala, y a Pedro que proclama su fidelidad de amigo hasta la muerte, Jesús le dice que pronto lo negará. Por todo ello, los discípulos se miran unos a otros sin comprender lo que está pasando, y se sienten desconcertados y deprimidos. ¿Qué es lo que va a pasar? ¿Qué es lo que les espera?

 

Jesús capta su tristeza y su turbación. Su corazón se conmueve y trata de animarlos:”Que no se turbe vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. Pero ellos continúan sin entender, y en ese ambiente de tensión y abatimiento, Jesús les hace esta confesión: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Es como decirles: “No os preocupéis, fiaos de mí, no os dejo perdidos en el bosque maldito de este mundo; yo os iré dejando señales ciertas de mi presencia; y no os faltará ni la luz, ni la fuerza, ni el ánimo que necesitaréis”.

Yo soy el camino”. El problema de no pocos hoy no es que viven extraviados o descaminados. Lo que pasa es que viven sin camino, perdidos en una especie de laberinto: andando y desandando los mil caminos que, desde fuera, señalan los mensajes de las ideologías, del comercio y del placer, los incontables anuncios y ofertas que van presentando la televisión y la radio, internet, el cine, la prensa, los enseñantes, los predicadores, etc, etc .

En esta situación, algunos, ojalá muchos, escuchan a Cristo que se atreve a decir: “Yo soy el camino” y deciden seguirle. A veces, avanzarán con ilusión y confianza; en otros momentos, encontrarán dificultades; incluso podrán retroceder, pero, arrepentidos, volverán al camino acertado que conduce al Padre. Y volverán a sentir la compañía misteriosa pero real de Jesús.

 “Yo soy la verdad”. Estas palabras encierran una invitación escandalosa a los oídos modernos. Hoy se afirma que no hay más verdad que lo que la razón y la ciencia comprenden. Pero el misterio último de la realidad no se deja atrapar por los análisis más sofisticados que hagamos en un laboratorio y comprenda nuestra razón. Jesús se presenta no como un simple maestro que enseña la verdad sino como Alguien que es la verdad en sí mismo. En Él, Dios no se impone, no fuerza a nadie con pruebas ni evidencias. Jesús es, sencillamente, el camino que nos puede acercar al Amor que es el Misterio que nos envuelve. Y ante el Misterio, la razón calla, y lo adecuado es el silencio y la adoración.

Llegados a este punto te pregunto: ¿Dedicas, al menos, 15 minutos cada semana a un silencio total y adoración ante el Misterio de Dios? Prueba a hacerlo y cambiará tu vida. ¿Qué te apuestas?

“Yo soy la vida”. Jesús puede ir transformando nuestra vida. No como el maestro que ha dejado un gran libro de sabiduría a la humanidad, sino como alguien VIVO a quien nos incorporamos por la fe y que nos hace participes de su vida.

Esa vida, al principio, apenas la percibimos, pero si nos mantenemos unidos a Cristo, poco a poco iremos pensando como él, sintiendo como él y actuando, lo mejor que podamos, como él. Entonces, su presencia en nosotros nos llenará de paz y de alegría, de fuerza para la lucha de la vida, y de la certeza de que Dios existe y es Amor. En este caso, habremos llegado de verdad a ser cristianos.

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JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES. 2014

                Domingo 4º de Pascua.

El Papa Pablo VI señaló, en 1963, el cuarto domingo de pascua como el día o Jornada mundial de oración por las vocaciones, especialmente por las sacerdotales. Recordamos:

                La vocación primera y fundamental del hombre y la mujer es la VOCACIÓN A LA VIDA. Hemos venido al mundo porque hemos sido pensados y queridos por Dios, que nos ha amado antes de que existiéramos, y nos ha llamado a la vida.

                Por eso, el mero hecho de existir ha de llenarnos de gratitud inmensa hacia Aquél que, de manera totalmente gratuita, nos ha dado la vida. La vida es la obra del amor creador de Dios, de un Dios que es Amor; por lo cual la vida es, en sí misma, una llamada a vivir en el amor y desde el amor. El amor es el sentido de la vida. (cf.RH)

                Pero Dios ha hecho mucho más por nosotros. Envió a su Hijo para buscarnos porque nos habíamos perdido y alejado de Él por el pecado, y para manifestarnos el amor misericordioso del Padre. Ahora, por la fe en su Hijo, podemos convertirnos en hijos adoptivos de Dios y alcanzar la vida eterna. Esta es la VOCACIÓN CRISTIANA: Llamados  a la fe en Cristo, a seguirle como discípulos, hermanos y amigos.

                Y en cuanto hijos de Dios y seguidores de Cristo tenemos algo muy importante que hacer. Dios quiere que en el MUNDO todo funcione bien, TODO: la sanidad, la enseñanza, la educación, el arte, la cultura, los medios de comunicación, la política, la economía, el trabajo y el descanso, el respeto y cuidado de la naturaleza, el matrimonio, la familia… Y al servicio de todo eso se necesitarán distintas vocaciones y servicios. ¿Cómo vives tu vocación, profesión, trabajo…?

                Además, Dios quiere que los hombres y mujeres seguidores y discípulos de Cristo formemos un PUEBLO. El Pueblo antiguo le falló. Ahora quiere un Pueblo Nuevo que sea una gran Comunidad de hermanos que compartimos la fe y la vida. Este Pueblo no está organizado como una gran PIRÁMIDE en la que arriba están los más importantes, la Jerarquía, el poder,  debajo los sacerdotes y religiosos, y más abajo los demás, los fieles cristianos. NO, el Pueblo de Dios está organizado como un gran CÍRCULO en el que todos tenemos igual dignidad, en el que hay unos Sacramentos de vida y unos Servidores del Pueblo que son el Papa, los Obispos y sus colaboradores necesarios, los sacerdotes, los diáconos, y otros carismas y ministerios. (Un punto concreto es el de los religiosos y otras formas de vida consagrada) Todos movidos por un mismo espíritu, el ESPÍRITU DE DIOS.

                Este Pueblo tiene una misión evangelizadora en el mundo y en la Iglesia, en la que todos somos llamados a colaborar, si bien cada uno según la vocación que ha recibido.             Hoy pedimos al Señor de la mies que envíe obreros a su mies, trabajadores a su viña.

Ojalá las familias y comunidades eclesiales sean campo abonado de vida cristiana para que broten las semillas de vocación que el mismo Señor ha sembrado: curas-pastores de la comunidad, signos vivos de Cristo el Buen Pastor: ellos son imprescindibles, porque sin las palabras de Jesús, que son “espíritu y vida”, sin el pan de la eucaristía, y sin el perdón de Dios, no puede haber Iglesia de Jesús. Y hoy más que nunca, la Iglesia se juega su futuro en los laicos, llamados a transformar el mundo según el proyecto de Dios y a ser apóstoles del evangelio en todas partes. Y se necesitan personas consagradas que sean signos radicales de Cristo, totalmente entregados al servicio de los hermanos, con la oración y la caridad. Que el Espíritu de Dios, y la bendición de María nos acompañe siempre.

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LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS – 3º Pascua-A

 Meditando en silencio total, he imaginado que Jesús se me acercaba a mí que voy de camino. Y me pregunta:

¿Estás de vuelta? ¿Qué te preocupa?

Yo le digo:

Si me miro a mí mismo, me preocupa que  estoy  lejos de ser lo que soñé un día, y de lo que debería ser como discípulo tuyo y como sacerdote.

Si miro hacia fuera, me preocupan muchas cosas: Lo más grave de todo, el alejamiento de los hombres de la fe en Dios, de la Iglesia, de todo  lo religioso. La consecuencia de ese “pasar” de Dios, es este mundo lleno de horribles injusticias, de muertes por hambre, de las mayores atrocidades que podía uno imaginar. Todo esto me duele, Señor. A veces me viene la tentación de pensar: ¿habrá sido inútil tu muerte, Señor?

También veo que en la Iglesia muchos no quieren cambiar, están cómodos como están, y se resisten a la renovación que el Concilio Vaticano II nos pidió. También me preocupa el pecado y los pecados de muchos de tus ministros. Y me parece que en muchos de ellos hay desánimo, decepción, están de vuelta, no saben qué hacer en estos momentos críticos que vivimos, cómo evangelizar hoy; sobre todo, me preocupan los jóvenes sin trabajo y que en muchos casos no encuentran el sentido de la vida.

Y Tú, Jesús, ¿que le dices a tu Iglesia, qué tenemos que hacer?

Jesús:

– ¿No sabes, no sabéis? Haced lo que yo hago:

acercaos a la gente que va de camino; salid de vuestras casas, de vuestros palacios, dejad la pompa y la vanidad. Y con humildad, sencillez y paciencia, escuchad las preocupaciones, las alegrías y las penas, las decepciones y fracasos, las ilusiones y anhelos de la gente. Lo primero y más importante, es acercarse. Así lo hace Francisco, el Papa. Escuchad más y hablad menos; aprended a escuchar a Dios en el silencio, rezad más.

cuando habléis, no digáis palabras extrañas, teóricas, desencarnadas; iluminad los problemas y la vida con la Luz del evangelio…

no tengáis prisa; en la Iglesia hacéis muchas cosas…, menos lo principal. Hay obispos y curas que no paran todo el día de hacer cosas, pero no tienen tiempo para rezar y para estar con la gente escuchando, animando, ofreciendo luz y esperanza…Ya sabéis que yo hice ademán de seguir mi camino, pero estaba deseando que me dijeran “Quédate con nosotros…” y cuando me invitaron  entré en su casa.

compartid: el pan de la vida,  el tiempo, los bienes, la Palabra de Dios (¿cuándo la compartiréis en comunidad?), los duelos y las fiestas  y, naturalmente, la eucaristía, el sacramento de la unidad y la fraternidad.

Y tened fe, no temáis, Yo vivo y estoy con vosotros hasta el fin del mundo.

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Pascua 2º-A – Introducción

Celebramos este domingo la canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Nos unimos al júbilo universal de la Iglesia y de millones de personas en todo el mundo que admiraron a aquellos grandísimos hombres de fe y de amor a la Iglesia y a la Humanidad.

 Juan XXIII, el Papa de la bondad, de la apertura de la Iglesia con el Concilio Vaticano II a una nueva época histórica de la Humanidad, el Papa de la paz, del ecumenismo y de la justicia social, el Papa más querido por el pueblo sencillo, los humildes y los pobres.

Juan Pablo II, el Papa que recorrió todos los caminos del mundo diciendo “No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo”, el Papa defensor de la vida, de la familia, el Papa que se opuso a la guerra de Irak y a todas las guerras, el Papa de los jóvenes, el Papa salvado por María la Virgen en el atentado del 13 de mayo 1981, y que entregó su vida hasta el final.

Tuve el inmerecido privilegio de estar cerca de ellos durante 15 años en Roma, y le doy infinitas gracias a Dios.

Juan Pablo II quiso que se celebrara en este segundo domingo de pascua, la fiesta de la Divina Misericordia, para dar gracias a Dios por su amor misericordioso que le llevó a darnos a su Hijo como Redentor del mundo.

 Homilia

 Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús ¿Qué podrán hacer sin él? “Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.

 Están “con las puertas cerradas”. Es una comunidad encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios, su amor misericordioso.

Están llenos de “miedo a los judíos”. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes.

 De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. “Entra en la casa y se pone en medio de ellos”. Jesús se presenta a los discípulos y les saluda con la PAZ: “Paz a vosotros”. En esa Paz está la reconciliación, el perdón, la gracia de Dios. Y les muestra sus señas de identidad:

– las manos agujereadas. Esas manos que han pasado bendiciendo, levantando a los caídos, partiendo el pan de la vida con los hambrientos y los pobres.

– el costado abierto, símbolo del amor de Cristo hasta el extremo, costado-“fuente” de la que brota la vida de Dios para los hombres.

Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.

 En el encuentro con Jesús, Tomás no estaba presente. Este apóstol es el prototipo de muchos de nosotros que también decimos: “si no veo y toco, no creo”. Pero la fe no se apoya en demostraciones evidentes, sino en la experiencia del encuentro con Dios. La fe es DON, pero nosotros debemos abrirnos a ese don, quitar los obstáculos para creer: el orgullo y el egoísmo que nos cierran totalmente en nosotros mismos.

Lo que se nos pide hoy es reavivar mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras.

 También en esta eucaristía, Jesús resucitado se hace presente, nos da su PAZ, y nos envía como signos de su divina misericordia. Si lo hacemos así, alcanzaremos la Bienaventuranza “dichosos los misericordiosos…”.

———————————————————————————————————————————VIGILIA PASCUAL

 ¡¡ALELUYA!! Cristo ha resucitado. Es noche para CONTAR y CANTAR  los relatos de nuestra historia. En medio de la oscuridad de la noche, se encendió LA LUZ, la luz de la ESPERANZA Y DE LA VIDA.

 Hemos comenzado bendiciendo el fuego nuevo. Desde ayer viernes, nuestra  iglesia era como un hogar sin fuego. Estábamos velando un sepulcro cerrado. Pero había en nuestro corazón un rescoldo vivo de esperanza. Y empujados por la fe, encendimos el fuego y nos pusimos en marcha, encendidas nuestras velas en el cirio pascual.  A la luz de Cristo, reunidos en familia, nos sentamos a escuchar los grandes relatos de la historia de Dios con el mundo y con nosotros. Lo primero, la creación. ¡Qué gozo al escuchar repetidas veces: “Y vio Dios que todo era bueno”!

 Pero muy pronto apareció el pecado, y los hombres caímos en las tinieblas de la  idolatría  y de la muerte. Dios, sin embargo, encendió de nuevo su luz con Abrahán, el padre de los creyentes.  Más tarde, nuestro pueblo, el pueblo de la promesa, cayó en la esclavitud, y otra vez el Señor encendió en el ÉXODO la luz de la libertad. Pero, el pueblo abusó de la libertad y se entregó a los ídolos que iba encontrando por el camino. No obstante, Dios no lo abandonó, y por medio de los PROFETAS Isaías, Baruc, Ezequiel, lo fue llamando a la conversión. A continuación recordamos las hermosas palabras de PABLO en su carta a los romanos: “por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”.

 El evangelio(A) nos contó que las mujeres  oyeron la voz del ángel: “no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: HA RESUCITADO…Venid a ver el sitio donde yacía…

Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro: impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos!… id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”.

 Ese anuncio es para nosotros hoy. Y no tenemos necesidad de ir a Galilea, porque aquí mismo, esta noche, hemos escuchado el anuncio de la resurrección de Cristo: ¡¡Él está presente y VIVO entre nosotros!!

 ¡Ha resucitado! Esta es nuestra fe ¡Gloria a Dios! ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!. La vida tiene sentido; la muerte ha sido vencida, la puerta del cielo está abierta. Alegría, hermanos, aleluya¡¡¡.

 Julio García Velasco–Pascua 2014

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DOMINGO DE RAMOS -ciclo A-    
Contemplando la pasión de Cristo entramos en el drama más grande de la historia. En él actúa Dios mismo en su Hijo Jesús, el Cristo, y actuamos nosotros, los hombres, con toda nuestra carga de maldad y pecado.
A la luz de cómo se desarrollan los hechos en este drama inaudito, no podemos menos de decir: ¡Oh feliz culpa” que nos ha entregado un Redentor que es la manifestación del amor extremo de Dios que nos perdona y nos salva.
En los personajes de la Pasión estamos representados todos nosotros. Y todos tenemos un papel importante: todos le condenamos y abandonamos a su suerte, todos pusimos en él nuestras manos.
La pasión de Cristo continúa hoy en todos los hombres que sufren cualquier clase de dolor físico o moral: hambre y opresión, tristeza y soledad, desesperación; en todos aquellos que son víctimas de la injusticia y del odio de los demás hombres.
La Iglesia está llamada a recoger todos esos sufrimientos, causados en último término por el pecado, y a combatir sin descanso contra todas las causas del mal; debe convertirse en la gran samaritana de la humanidad doliente.
Los cristianos hacemos memoria de la pasión de Jesús en las celebraciones litúrgicas y en los desfiles procesionales de la semana santa. Este año, como todos los anteriores, desde este domingo de Ramos hasta el de Pascua, nuestras calles y plazas se convierten en artístico y piadoso escaparate de cuanto sucedió en la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Para muchos, estas procesiones son una mera  representación externa, teatral, de los acontecimientos de la Pasión. Son simples espectadores que no llegan a comprender el misterio del inmenso amor de Dios que “tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo” por su salvación.
La mirada del creyente, en cambio, es la del apóstol Pablo que decía: “Me amó y se entregó por mí”; y desde ahí, su vida se convirtió en testimonio y evangelio del amor redentor de Cristo. Esa ha de ser nuestra mirada contemplativa durante estos días.
Entremos por este pórtico de la Semana Santa para revivir de un modo personal y real los grandes misterios de nuestra salvación.
         Preguntémonos:
         -¿Qué sentimientos provoca en mí la pasión de Jesús?
-¿Qué personaje de la Pasión acostumbro a representar?: ¿A Pedro? ¿a Judas? ¿a los discípulos dormidos?  ¿a los que le escupieron y abofetearon? ¿a Pilato que se lava las manos? ¿a los jefes políticos y religiosos? ¿al pueblo que pide su muerte?

-¿Qué pienso  de la pasión de Cristo hoy en el mundo? ¿Cuál es mi actitud ante la violencia, el terrorismo,  la muerte,  la injusticia e insolidaridad  humana que condenan a muerte a millones de inocentes?

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QUINTO DOMINGO DE CUARESMA -ciclo A-

 En los domingos pasados escuchábamos a Jesús afirmar que él era la fuente  de agua viva y la luz del mundo. Hoy nos asombra con lo más importante de todo: “Yo soy la resurrección y la vida”.

Frente al enigma de la muerte, hay entre nosotros, los hombres, distintas y a veces opuestas reacciones y posturas. Hay quienes lo aceptan resignadamente; otros se rebelan; otros lo temen y viven angustiados; y hay quienes, desde la fe, esperan confiados encontrarse en ese momento crucial con los brazos todopoderosos de un Dios creador y Padre que lo acogerán en la “mansión” de la luz, la paz y la eterna felicidad.

Sabemos, por el evangelio, que Jesús se había alojado muchas veces en la casa de Lázaro y sus hermanas, Marta y María, muy buenos amigos suyos. Ahora, estando en Galilea, las hermanas de Lázaro le envían un recado: “Señor, tu amigo está enfermo”.
Inmediatamente, Jesús se pone en camino, pero cuando llega a Betania, Lázaro había muerto. Marta le sale al encuentro y, sin poder contener las lágrimas, le reprocha: «Si hubieras estado aquí, nuestro hermano no habría muerto».  Jesús le dice: “Tu hermano resucitará. Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mi, aunque haya muerto vivirá”. Y viéndola llorar y también a los judíos que la acompañaban, “se echó a llorar”. Son las lágrimas del amigo. “Cómo lo quería”, comentaba la gente. Realmente nos conmueve ver a un Jesús tan humano que llora la muerte de la persona querida, que no se hace el fuerte,  que no esconde sus sentimientos. Esta humanidad de Jesús es un ejemplo para nuestra vida. Alguien dijo que al mundo lo salvará la ternura. Por eso, hemos de pedir al Señor un corazón limpio y sensible, lleno de misericordia y bondad.

A nosotros nos repugna la muerte, nos parece un absurdo, una cosa intolerable. Jesús, que es hombre, verdadero hombre, comparte nuestra repugnancia y dolor frente al morir, pero se atreve a afirmar lo que ningún hombre jamás había dicho: “Yo soy la resurrección y la vida”.
El evangelio afirma que Dios es un Dios de vivos y no de muertos (Jn 22,2). Y que “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). Jesús, que se siente el Enviado de Dios, no quiere la muerte, que es fruto del pecado, y por eso proclama: “El que cree en mí, no morirá para siempre”. Y en el discurso sobre el buen pastor lo confirmará: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). En verdad, a Dios le conmueven nuestras lágrimas. Por eso, rogaba el salmista: “Recoge en tu odre mis lágrimas, Dios mío” (S. 56). En el último día, como dirá el Apocalipsis, será Dios mismo quien enjugará nuestras lágrimas (Apoc21,4). Hoy vivimos en una cultura de muerte. Además de las guerras y el terrorismo, ahí están los fabricantes y traficantes de armas, los abortos, la violencia de género; los traficantes de droga… Y ahí están, lo que más nos duele, los miles y miles de niños que mueren de hambre En este mundo de pecado y de muerte, debemos amar la vida, cuidarla y defenderla. No podemos contentarnos con llorar las muertes. Hay que desarmar a los asesinos. Hay que desactivar las bombas, las causas de tantas muertes, hay que ayudar eficazmente a tantas mujeres en situaciones dramáticas para que adopten una actitud positiva ante la vida.

 ¿Tenemos un corazón compasivo y misericordioso? ¿Acogemos como Lázaro, Marta y María a Cristo en nuestra casa? ¿Defendemos siempre la vida y ayudamos a las mujeres en situación difícil o desesperada?

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CUARTO DOMINGO DE CUARESMA -ciclo A- Cristo, Luz para nuestro mundo

         El evangelista Juan nos presenta hoy a Jesús, en el episodio del ciego de nacimiento, como Luz del mundo.

         Jesús es definido en el evangelio de Juan, a partir de elementos básicos y fundamentales para la vida: el pan, el agua, la luz, la puerta, el camino, la  misma vida… En cada caso, Jesús afirmará con la máxima claridad y firmeza: “Yo soy…” No dice que él nos dará un poco de pan, de agua, de luz, de vida, sino que es el pan, el agua, la luz, la vida. Con ello responde a las necesidades más profundas del ser humano que sólo él puede satisfacer.
       Hoy, dice el Concilio Vaticano II,  “el ateismo es uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo” (Gaudium et Spes, n. 19) Alguien ha dicho que estamos viviendo “el eclipse de Dios” El nihilismo parece invadirlo todo. Pero este nihilismo muestra, cada vez más claramente, el fracaso de “los sucedáneos de Dios”. A la vista está nuestro mundo lleno de crímenes e injusticias, corrupción e inmoralidad, angustia y soledad,  guerras y muertes. Es la consecuencia del rechazo de Dios y de sus mandamientos.  El hombre sin Dios vive con una sensación de vacío, desorientación y sinsentido, en ceguera total.  En esta situación, resonó y resuena hoy la palabra de Cristo: “Yo soy la luz del mundo”¿Cuántos lo escuchan y creen?

      La visión de la realidad que tiene mucha gente  es la que se ofrece en los llamados programas basura de la TV, en muchas películas, y en otros medios de información y comunicación.  En todo eso se manifiesta el lado oscuro,  lo más negativo  y superficial, lo más bajo y grosero de las personas. Y en el juego fugaz de la vida, a los otros se les ve más como objetos de quienes aprovecharse o gozar, que como sujetos con derechos y sublime dignidad. Es la ceguera del mundo.

            Ocurre también que estamos ciegos para vernos a nosotros mismos. En lo más profundo de nuestro ser, está grabada a fuego una imagen divina; hay una presencia misteriosa, una huella de Dios. Sin embargo, para esta realidad asombrosa que llevamos dentro, y que es lo mejor de nosotros mismos,  estamos ciegos. Vivimos hacia fuera, no entramos en nosotros mismos.   Jesús es la respuesta de Dios a nuestra ceguera. Si Cristo cura al ciego de nacimiento, es para decirnos que El es la luz del mundo, y el que le sigue no anda en tinieblas. El nos dice de dónde venimos y a dónde vamos, y cuál es el camino para llegar felizmente a la meta final.

       El caso es que nosotros, los cristianos, hemos sido curados de nuestra ceguera de nacimiento. El Bautismo fue nuestra primera “iluminación” (“iluminados” fue durante siglos sinónimo de “bautizados”). Iluminados por Cristo, hemos de manifestar en nuestra vida las “obras de la luz“, abandonando las “obras de las tinieblas”. San Pablo enumera, entre aquellas obras, la bondad, la justicia, la alegría y la verdad.  Si quieres saber si estás en la luz, escucha también a san Juan: “Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano… está en tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a donde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos” (1 Jn 1,10-11) El egoísmo y el orgullo cierran el camino a la fe.

Cristo no sólo es Luz, sino también “juicio“: el ciego, tenido por pecador, llega paso a paso a  la luz de la fe en Cristo. Los fariseos, en cambio, encerrados en la oscuridad de su orgullo, no aceptan a Cristo. Esta es la paradoja del “juicio”: los que no ven, llegan a ver, y los que creen ver, se quedan ciegos porque rechazan  a Cristo que es la Luz.

 Nosotros, “iluminados” por la Luz del Señor, debemos ser  “iluminadores” de los demás; como el ciego, que dio testimonio de su fe en Cristo, a pesar de que le costó la expulsión de la sinagoga. Muchos buscan la luz. Que un día no tengan que decirnos: “vosotros los que veis ¿qué habéis hecho de la luz?”. No olvidemos que Cristo nos dijo a todos Pregúntate: ¿camino a la luz de Cristo o estoy en las tinieblas? sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5,14)

Pregúntate: ¿camino a la luz de Cristo o estoy en las tinieblas

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LA SAMARITANA – Tercer domingo de Cuaresma – Ciclo A

         El evangelista Juan nos presenta a un Jesús verdaderamente humano: cansado del camino, se sienta junto al pozo de Jacob, en Sicar, y pide un poco de agua a una mujer que llega con su cántaro vacío. Una conducta sorprendente y extraña: Jesús, un hombre judío, pide de beber a una mujer, que además es samaritana. Los samaritanos son personas despreciadas por los judíos. Jesús actúa con total libertad, no le importan los prejuicios que prohibían la conversación pública con una mujer, le interesa que ella solucione su vida. Jesús, cansado y sediento, encuentra a una mujer sedienta.

      Jesús entra en dialogo con esta mujer. Con su conducta nos enseña que el diálogo es la actitud primera de la evangelización. A este propósito, el Papa Pablo VI  decía en una encíclica maravillosa: “La Iglesia debe ir al diálogo con el mundo en el que le toca vivir… Desde fuera no se salva al mundo. Como el Verbo de Dios que se ha hecho hombre, hace falta hacerse una misma cosa hasta cierto punto con las formas de vida de aquellos a quienes se quiere llevar el mensaje de Cristo… Hace falta, aun antes de hablar, oír la voz, más aún, el corazón del hombre, comprenderlo y respetarlo en la medida de lo posible y cuando lo merece, secundarlo” (Eclesiam Suam, nn. 44 y 55)

         De la realidad material y física Jesús pasa, discretamente, al ámbito espiritual.
Le dice a la mujer: Gracias por el agua que tú me das, pero yo te puedo dar a ti un agua viva. Esta agua te quita la sed material, pero tú sientes sed profunda, espiritual, de paz, de reconciliación, de amor verdadero al ÚNICO marido que te puede hacer feliz, tienes sed de Dios. Has venido a un pozo que hizo Jacob, pero yo soy un manantial de agua viva  que quita la sed del alma. El que se acerca a mí, por la fe, con el cántaro vacío, se llenará del agua viva que yo le daré: el agua del perdón y del amor de Dios, el Espíritu Santo.

         Esto es lo que afirmará un día solemnemente: “El día más importante de la fiesta, Jesús, puesto en pie ante la muchedumbre, afirmó solemnemente: si alguien tiene sed, que venga a mi y beba. Como dice la Escritura, de lo más profundo de todo aquel que crea en mí brotarán ríos de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que recibirían  los que creyeran en él” (Jn 7, 37-39)

La mujer le dice: “Dame esa agua”  que me alivie del cansancio de los caminos y la tortura de la sed, esa agua que me libre de tantas desilusiones, esa agua que me aclare la mirada y limpie mi corazón, que fecunde  mi desierto y me llene de felicidad y de vida. Cuando la mujer descubre que su deseo más profundo sólo puede saciarse en el “pozo de Jesús”  deja el cántaro. El encuentro con Jesús la lleva a compartir esa experiencia y al compromiso con el anuncio de la Buena Noticia. Llena de la Palabra que la ilumina y la quema por dentro, se convierte en evangelizadora y testigo de Jesús. Su testimonio lleva a los samaritanos a una experiencia personal de Jesús, a creer en Él.

La mujer sedienta es buen retrato de una humanidad que busca, porque no está satisfecha, que tiene sed,  no sólo de agua, sino de felicidad, de justicia, de verdad, de libertad, de belleza, de Dios… y no sabe bien a qué pozo acudir.

Que como a la samaritana, el encuentro con Jesús nos impulse a ser dador@s de agua viva y testigos de la Buena Noticia.

———————————————————————————————————————————-EL CAMINO DEL CREYENTE – 16 de marzo de 2014, 2º domingo de cuaresma

El camino de Abrahán

Hoy la  Palabra de Dios nos habla de Abrahán, nuestro padre en la fe.

Abrahán es un hombre que vive en Ur de Caldea (Mesopotamia), hacia el año 1850 a.C.  Llamado por Dios, tiene que “salir” de su tierra, pero sin saber a dónde se dirige. Dios le promete una tierra propia y una larga descendencia, pero nada parece claro ni evidente. No obstante, Abrahán se fía de Dios y se pone en camino. Es un gesto de disponibilidad total y de perfecta obediencia a Dios. Por eso, en la tradición judía y cristiana será considerado siempre como modelo de creyente y padre de los creyentes.

Su fidelidad hará realidad gozosa la bendición de Dios: “en ti serán benditas todas las familias de la tierra”, bendición que se extenderá hasta que llegue  la bendición plena de Dios en Jesucristo y en el nuevo pueblo de Dios (cf. Efesios 1,3).

 El camino de Jesús

Abrahán, era figura de Cristo. A Jesús también le vemos en camino. Va hacia Jerusalén, para realizar, como Hijo obediente, la misión que el Padre le ha encomendado.

En la subida a Jerusalén, Jesús ha dicho claramente a sus discípulos que están haciendo un camino hacia la cruz, hacia  la muerte.

En este momento crítico, Jesús tiene más necesidad de orar, de sentirse en comunión con su Padre. Sube al monte  y se lleva consigo a los tres discípulos más cercanos y amigos: Pedro, Santiago y Juan, que no comprenden el camino de Jesús, y están tristes y atenazados por el miedo.

En el monte, Moisés y Elías  acompañan a Jesús y dialogan con él sobre lo que va a suceder en Jerusalén. En el horizonte próximo está la cruz, pero una cruz iluminada por la resurrección.

Allí, en el monte, se oye una voz desde la nube: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. En Cristo Dios nos lo ha dicho todo. Escuchémosle.

Era muy hermoso estar allí, en el monte, como decía Pedro, pero tienen que bajar a la dura realidad del camino que lleva a Jerusalén.

El camino cristiano.

También nosotros hemos sido llamados como Abrahán y los apóstoles, una llamada personal, por puro amor de Dios, llamados para  “una vida santa” que se ha hecho posible por la muerte y resurrección de Cristo.

La vocación de Abrahán fue difícil, como lo fue la de Cristo. Y también lo es  la vocación evangelizadora de la Iglesia. Pablo le anima a  Timoteo (2ª lectura): “toma parte en los duros trabajos del Evangelio”. Tenemos que “salir” de nuestros esquemas, seguridades y comodidades, para seguir los caminos de Dios. Para ello, necesitamos subir al monte de la oración, para que Dios nos llene de luz y de fuerza para bajar al camino de la vida concreta y real y vivir con fidelidad la vocación cristiana y realizar la misión a la que hemos sido llamados.

Nuestra misión tiene un cauce muy bueno en la pertenencia activa y comprometida dentro de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad.

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Las tentaciones de Jesús y nuestras tentaciones. Primer domingo de cuaresma – 9 de marzo de 2014

 Tentaciones de Jesús.

Las tres tentaciones a que se ve sometido Jesús (las riquezas, la gloria y prestigio, y el poder), son en realidad una sola cosa. Satanás ve que Jesús es pobre, humilde, sin poder y lo que pretende es que se plantee si no sería mejor seguir otro camino distinto, que sería más eficaz para llevar a cabo su misión de Enviado de Dios. Ahora bien, el que Jesús se lo planteara sería como dudar de los planes del Padre, y por eso inmediatamente rechaza la tentación y sigue adelante en su misión de Siervo obediente de Dios.

Satanás le pregunta: “¿Qué medios tienes para salvar al mundo?”. Es una tarea sumamente difícil. Necesitas riqueza: “convierte estas piedras en panes”; Necesitas fama y prestigio, publicidad: “tírate desde el alero del templo”; Necesitas poder y dominio:”si me adoras, te daré los reinos del mundo”. El pensamiento de Satanás es perfectamente lógico: “Todo es muy claro y sencillo: si eres hijo de Dios, pon el poder de Dios a tu servicio. De ese modo, establecerás su reino”.

 Para Satanás, ser Hijo de Dios equivale a tener poder y gloria. Para Jesús, sin embargo, ser Hijo de Dios significa cumplir obedientemente la voluntad del Padre. Y desde la confianza incondicional en el Padre, Jesús supera la tentación.

         HOY. Las tentaciones de Jesús son también las nuestras y las de la Iglesia:

         La tentación está en considerar la satisfacción de las necesidades materiales como el objetivo último y definitivo, como si lo material fuera lo único importante. El consumismo a ultranza. ¿Vivo sólo del pan material? ¿Siento las necesidades del espíritu?  El alimento del espíritu es la escucha de la Palabra de Dios, el pan de la Palabra. Ese pan nos revelará el Amor que es Dios y nos impulsará a amar.

         También somos tentados por el afán de dominio, la sed de poder, el deseo de someter a los demás. La alternativa que Jesús nos propone es el servicio: “No he venido para ser servido sino para servir”. (Lavatorio) “Servíos (haceos esclavos) los unos a los otros por amor”, dirá san Pablo.

         Igualmente somos tentados de arrogancia y vanidad, de búsqueda de honores y privilegios, de títulos y medallas, desde la conciencia de que “nosotros somos los buenos”, los elegidos, los que sabemos. Olvidamos que la humildad es el espacio del amor.

         En esta Cuaresma, el  Espíritu también nos invita a procurarnos un poco de desierto, a buscar momentos de soledad, de silencio, de escucha de la Palabra de Dios.

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CONFIAR EN LA PROVIDENCIA DE DIOS ( Domingo 2 de marzo de 2014)

          La experiencia de muchas personas es la de los hebreos desterrados en Babilonia, quienes, en su angustia y sufrimiento, llegan a decir: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”.

         En estas circunstancias, llega la palabra del profeta, con un mensaje de consolación y esperanza: “Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no os olvidaré”. Es la promesa de Dios que en el momento oportuno se cumplirá, si bien sus caminos no son nuestros caminos. De todos modos, lo que se le pide al pueblo y a cada uno en particular, es que confíe y no pierda la fe. Estas palabras se nos dirigen hoy a  todos nosotros: a unos porque están sufriendo el paro y sus consecuencias; a otros porque ven que su fe, sus valores y creencias son atacadas desde muchas partes y Dios es marginado, negado, y rechazado.

         En el evangelio, Jesús se dirige a quienes quieren ser sus discípulos. Y lo primero que hace es advertirles acerca del peligro que suponen las riquezas. No se anda con  rodeos: “no podéis servir a Dios y al dinero”. Esto quiere decir que si hacen del dinero un ídolo a quien rinden culto, se apartan de Dios, quien dejará de ser su único Señor. Tienen que elegir: o Dios o el dinero, o Dios o las riquezas. En este caso, la mejor actitud del discípulo que elige a Dios es no agobiarse.

         Jesús insiste en no agobiarse, algo repetido varias veces en el texto (“no estéis agobiados por la vida…; ¿quién de vosotros, a fuerza de agobiarse…?; ¿por qué os agobiáis…?; no andéis agobiados pensando…; no os agobiéis por el mañana”).

         Agobiarse quiere decir empeñar todos los esfuerzos en la adquisición e incremento de las riquezas y bienes de este mundo; significa no tener otra preocupación en la vida que ésa. Esto, dice Jesús, es propio de paganos.

         El discípulo está llamado a vivir desde la fe en Dios, de quien provienen todos los bienes, especialmente la vida (“¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?”); discípulo, llamado a vivir desde la fe en Dios Padre que cuida de las aves del cielo y de las flores del campo, y cuidará, con mucho más motivo, de sus hijos.

         Dios y el dinero son dos “amos” a quienes es imposible servir al mismo tiempo. Frente a la fascinación del dinero, fácilmente entronizado a la categoría de “dios”, Jesús dice: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia” (i.e. lo que es conforme a su voluntad). “Primero” no se refiere a un orden cronológico (como si en un segundo momento nos dedicáramos a buscar el alimento y el vestido); lo que quiere decir es que el valor supremo en la vida del discípulo es el reino de Dios.

         Con las comparaciones sobre los pájaros y los lirios, Jesús no nos invita a vivir ingenuamente despreocupados, a no preocuparnos por las cosas que son necesarias para vivir. Los pájaros también trabajan para lograr su comida (“Dios provee a cada pájaro con alimento, pero no se lo echa en el nido”  (G. Herbert), pero no están “agobiados”, se mueven con libertad, vuelan y cantan sin cesar.

         Jesús no nos enseña una confianza pasiva en la providencia. Dios no trae el pan a la casa del perezoso. Hemos de trabajar para poder atender a nuestras necesidades personales y familiares, pero sin caer en el consumismo que en el mundo de pobreza y miseria en que vivimos, es un auténtico y grave pecado. El cristiano tiene que buscar ante todo el reino de Dios y su justicia, consciente de que Dios no reina donde se sufre por el hambre y la injusticia. El mensaje de Cristo nos invita a simplificar nuestra vida.

A veces nos quejamos de lo que no tenemos, y deberíamos recordar el proverbio árabe: “Yo me quejaba porque no  tenía zapatos, hasta que conocí a un hombre que no tenía pies”.

         La historia de los verdaderos creyentes está llena de ejemplos que confirman la verdad de la enseñanza de Cristo. ¡Cuántas obras de caridad y amor a los pobres, a los enfermos, a los últimos de la sociedad, se han sostenido y se sostienen gracias a las ayudas que llegan, de manera constante y muchas veces anónima, a las personas e instituciones dedicadas a esas obras de caridad y misericordia! Es el milagro de la fe en la providencia de Dios que nunca falla.

        Cuando contemplemos en las solemnes procesiones del Cristo de la caridad, de Nuestra Señora Dolorosa y Nuestra Señora del Rosario en sus misterios dolorosos, y en todas las hermosas imágenes de nuestra Cofradía, pidamos el don de la fe en la Providencia de Dios quien “aunque una madre se olvidara de nosotros, Él nunca nos olvidará”.

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DOMINGO SEPTIMO DEL TIEMPO ORDINARIO – 23 febrero 2014

  “AMAD A VUESTROS ENEMIGOS”

             Supongo que muchos de vosotros veríais en su momento la hermosa película  “De dioses y hombres”, que cuenta cómo 7 monjes fueron asesinados el 21 de mayo de 1996 en Tibhirine (Argelia). Pues bien, uno de ellos, Dom Christian, dejó escrito en su testamento:

       “Por esta vida perdida (totalmente mía y totalmente de ellos), doy gracias a Dios. En este GRACIAS os incluyo, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y mi padre, mis hermanas y hermanos y los suyos,
“Y a ti también, amigo del último instante (el asesino), que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este “A-DIOS” en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. ¡AMEN!  ¡IN SHAL-LAH!
 “.

            Me parece que es un buen prólogo para el comentario del evangelio que la Liturgia de la Iglesia nos propone para este domingo. Se trata de una página que tal vez algunos o muchos de nosotros, habríamos deseado que no apareciera en los evangelios. Y es que Cristo no sólo nos dice que no odiemos, sino que hemos de amar incluso a nuestros enemigos. No cabe duda que se trata de algo de lo más original y “revolucionario” del evangelio.

            Ya en el Antiguo Testamento,  en el libro del Levítico (cap.19), ordenaba Dios a su pueblo: “No odiarás de corazón a tu hermano…No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Cómo duele escuchar a una persona que dice: “Siento odio y rencor, rabia inmensa hacia mi padre, maltratador de mi madre y de sus hijas, borracho empedernido y lleno de los peores vicios; me da vergüenza tenerlo por padre, no quiero verlo”. Comprendo que cueste muchísimo, en estos casos, aceptar la Palabra de Dios e intentar cumplirla, dando pequeños pasos, poco a poco.

            Es el camino hacia la santidad: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”. Y la santidad de Dios se nos manifiesta en que “es compasivo y misericordioso. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas” (Salmo 102)

       Por su parte, Jesús nos dice que ya no debe regir para sus discípulos la ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. Lo que quiere decir: si él otro no me habla, yo no le hablo; si me insulta, yo lo insulto. Los seguidores de Jesús deben aceptar una nueva ley, la ley del amor. Y esto se concreta en “No vengarse del mal con el malsino intentar vencer al mal con el bien; “poner la otra mejilla”, “regalarle también la túnica”, “recorrer con él no sólo una milla, sino dos”, expresiones muy plásticas del nuevo estilo de vida de los discípulos de Cristo.  Tal vez nosotros pensamos: Jesús exagera, “se pasa”. ¿Es cierto?

         Lo primero que Jesús nos enseña es que el amor cristiano es gratuito. Lo otro (saludar al que nos saluda, tratar bien al que nos trata bien o para que nos trate bien) lo hace cualquier persona medianamente educada o interesada.

       Lo de la mejilla o la túnica no hay que tomarlo necesariamente al pie de la letra, sino desde la actitud incansablemente paciente que hemos de tener y desde el desprendimiento propio del cristiano. De hecho, cuando a Jesús le dieron una bofetada en la Pasión, no puso la otra mejilla, sino que preguntó serenamente por qué le golpeaban, qué mal había hecho.

        Lo que sí es absolutamente claro es que el amor cristiano rechaza la venganza y la violencia. Pero eso no quiere decir que el  cristiano no tenga que exigir, por medios pacíficos, el cumplimiento de la justicia a todos los niveles.

         Para Jesús, el enemigo es alguien que tiene una dignidad humana, por desfigurada que esté, que merece nuestro respeto y ayuda para que cambie en todo aquello que hace mal a los demás.

En definitiva, para arrancar del mundo y de nuestra vida la violencia, Jesús nos dice “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen”. Lo que quiere decir: al enemigo, no se le puede vencer con odio y violencia. Al mal sólo se le vence con el bien, es decir, con un amor que no puede tolerar la injusticia, el crimen y la maldad organizada. (Un caso especial son las guerras, dictaduras y opresiones a los pueblos. La doctrina de la Iglesia ha estudiado estos temas que aquí no nos toca tratar)

        En nuestras relaciones interpersonales, con el amor al enemigo intentamos desarmarlo, librarlo de su injusticia e integrarlo en el espacio del amor. Y todo eso, sin violencia, sin odio, sin recurrir a la fuerza. Pero también sin desaliento, sin ceder a su mentira e injusticia, y sin perder la confianza en su capacidad de cambio y de amor auténtico. Jesús nos invita a luchar contra el mal sin destruir a las personas, al enemigo y adversario, sino respondiendo a su violencia con una bondad inexplicable. Quizá de este modo se convierta.

       Solamente Jesús cumplió a la perfección la nueva ley del amor. Luchó contra el mal y no se calló ante las situaciones injustas e intolerables. Denunció el mal y perdonó. Murió pidiendo a Dios que perdonara a los que le mataban. Así nos enseñó a superar la ofensa con el amor. Este es el estilo del cristiano. El Santísimo Cristo de la Caridad es nuestro modelo y Maestro.

           Un saludo muy cordial, Julio García Velasco

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DOMINGO SEXTO DEL TIEMPO ORDINARIO – 16 febrero 2014

La fe cristiana, si no vale para la vida, no es nada. Esto es tan importante y de tanta trascendencia que tendríamos que repetirlo muchas veces.

“Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor”. Esta frase del  salmo responsorial puede resumir perfectamente el espíritu de las lecturas de hoy.

Jesús vino al mundo para hacer posible un hombre nuevo, un hombre que tuviera una escala de valores distinta a la que suele existir entre los hombres, un hombre cuyos principios y actitudes estuvieran de acuerdo con la voluntad de Dios. Esto es una revolución que, en gran medida, está aún por estrenar.

El cristiano, si es de verdad discípulo y seguidor de  Cristo, será siempre un  hombre «distinto» porque su Maestro, Jesús, fue “distinto”, un hombre perfecto.

El escritor Tertuliano afirmaba que conocía dos clases de hombres: los judíos y los paganos, que eran todos los demás. Y añadía: el cristiano es una tercera clase de hombre, no visto hasta ahora.

El evangelio de este domingo (Mateo 5, 17-37) confirma la afirmación de Tertuliano. Frente a lo que se solía hacer y decir entre los judíos letrados y piadosos de su tiempo, Jesús pone un “pero yo os digo…”. Ya sería una gran cosa cumplir la ley de Moisés: no matar, no robar, no cometer adulterio… Pero Cristo, con sus enseñanzas, va más allá del mero cumplimiento exterior de la Ley, y nos pide ir a lo profundo. Y así, no nos podemos contentar con el “no matar“, porque hay otra manera de “matar” a los  demás: con las palabras hirientes, con la calumnia, el odio, o el desprecio, con el insulto, y la actitud de rencor. Podemos matar la fama de otros, sin necesidad de sacar  el cuchillo o la pistola.

En sus relaciones con los demás, el cristiano, tiene que tener clarísimo que él es hijo de Dios y que el hombre que vive a su lado también lo es. Según eso, no sólo no puede matar a su hermano, sino que no puede insultarlo, despreciarlo, maltratarlo ni ignorarlo.

No basta con no matar, hay que respetar la vida. Y no se respeta la vida cuando se consiente o no se hace lo suficiente para impedir que un niño pueda nacer o que el prójimo muera de hambre. ¿Cómo es posible que con tantos recursos técnicos, con tanto como nos sobra, con tantas cosechas y frutas que quedan sin recoger, haya tantos millones de hombres, mujeres y niños en la más absoluta miseria?

A la base de todo está la idea que tenemos del otro. Si el otro es sólo un competidor, cualquier trampa nos parecerá justificada; si el otro es sólo un consumidor, cualquier abuso nos parecerá lícito; si el otro no es más que un ciudadano, cualquier pretexto será válido para cargarle de impuestos; si el otro no cuenta como persona humana con su dignidad y derechos, seguiremos marginando a los pobres, despreciando a los “diferentes”, rechazando a los de otras razas y culturas. Pero Cristo nos dice que el prójimo es mi hermano, «el hermano por quien Él ha muerto».

En las relaciones interpersonales san Pablo, siguiendo a Cristo, llega a decirnos: “No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros” (Filipenses 2,3); “sed esclavos unos de otros por amor” (Gálatas 5,13)

Lo mismo pasa con el adulterio, que no sólo sucede cuando de hecho se rompen las barreras y vamos con otro o con otra, rompie4ndo el pacto de fidelidad, sino también cuando consentimos el “deseo de la mujer  ajena”. La fidelidad de la persona humana, según Cristo, no se contenta con evitar el  pecado externo, sino que lucha contra los mismos deseos y apetitos interiores.

Por eso, el cristiano cree que es posible el amor, ese amor «hasta que la muerte nos separe». Pero lo cree sabiendo que el amor consiste en buscar siempre la felicidad del otro antes que la propia, y que el sacrificio y el esfuerzo mantienen viva la llama del amor, a pesar de los inviernos que hay que pasar en la vida. Cristo amó hasta el extremo, asumiendo por nosotros la cruz.

Esta manera de creer y de pensar, es la sabiduría que no es de este mundo, como nos dice san Pablo. Porque en esta sociedad sólo cuenta y se tiene en cuenta las cuentas bancarias, la categoría social, la fama, y el poder de cualquier tipo. Pero, en este mundo y a pesar de todo, nosotros, como cristianos, estamos llamados a compartir y difundir esta sabiduría divina, la del evangelio, que es la única que puede dar a luz un hombre nuevo y un mundo en el que habite la justicia.

En el ejemplo del juramento en nombre de Dios, encontramos también una llamada  a una actitud interior: el amor a la  verdad, la sinceridad, la autenticidad. Entre cristianos, debería bastar el “sí” y el “no”, sin necesidad de  mayores juramentos; si somos personas creíbles, no necesitamos de  otros apoyos a nuestro “sí”.

Un saludo cordial para todos, Julio

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DOMINGO, 9 de Febrero de 2014

Como todos sabemos, en este domingo celebramos la Campaña contra el hambre, promovida por “Manos Unidas”. El Manifiesto, lanzado con este motivo a todas partes y personas, nos recuerda: “Hoy, 842 millones de personas pasan hambre. Es un escándalo que no podemos consentir. Está en nuestras manos ofrecer soluciones para que se cumpla este derecho fundamental para todos.

Para acabar con esta tragedia, es urgente generar un nuevo orden de relaciones, entre personas, asociaciones, empresas, organismos públicos, y entre países, que refleje la fraternidad que nos une a todos… Por eso, desde Manos Unidas, la Asociación de la Iglesia católica en España para la ayuda, promoción y desarrollo de los países del Sur, convocamos a todos a trabajar fraternalmente por “Un mundo nuevo, proyecto común“, porque acabar con el hambre es responsabilidad de todos, y solo será posible si todos trabajamos como auténticos hermanos”.

A continuación, el Manifiesto presenta ocho demandas concretas que en los distintos medios de información podemos encontrar.

El evangelio que nos propone la Liturgia de la Iglesia para este domingo nos invita a salir de nosotros mismos para ser en medio del mundo la “luz” y la sal” que necesita. Con la luz de Cristo, con sus propios ojos, tenemos que mirar a los hombres hambrientos como hijos de Dios y hermanos nuestros, con los mismos derechos que nosotros tenemos. Seremos también luz si denunciamos sin descanso esta enorme tragedia que está en nuestras manos poder solucionar. Por supuesto que en primer lugar ha de haber un compromiso real entre los gobiernos de los pueblos desarrollados, y un nuevo orden político, económico y social para no permitir un minuto más este estado de cosas. Lamentablemente, cuando no cuenta Dios en la vida de los hombres, los ídolos del poder y del tener se apoderan de ellos y exigen el culto que sólo a Dios se le debe, un Dios Padre de todos, un Dios justo y misericordioso que ha hecho suya la suerte de los pobres: “tuve hambre y no me disteis de comer”.

Vosotros sois la luz del mundo”  (Mateo 5, 14). La luz no es para esconderla. Jesús nos dice: “Brille vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (v.16).

 “Vosotros sois la sal de la tierra”. La sal preserva los alimentos de la corrupción. ¡Cuánta comida se pudre, se tira, se corrompe, mientras a millones de personas no les llega para satisfacer el derecho básico que tienen a la alimentación!.

Para que la sal pueda dar sabor a los alimentos ha de entrar en contacto con ellos. Y la luz, si está encerrada u oculta, no ilumina, ha de hacerse presente en medio de las tinieblas para poder alumbrar. En este sentido, el Papa Francisco nos invita a salir de nuestros encerramientos y marchar hacia “las periferias”. La Iglesia, y cada uno de los cristianos, “no podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos. El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”, el rostro del hambriento, del enfermo, del marginado. Julio García

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LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (2 de febrero de 2014)

 Se cuenta que dos hombres, ambos seriamente enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse en su cama, una  hora cada tarde, junto a la única ventana del cuarto. El otro no podía moverse de su cama, tendido sobre su espalda.

Cada tarde, el enfermo de la cama cercana a la ventana se sentaba y se pasaba el  tiempo describiéndole a su compañero las cosas estupendas que él podía ver desde allí. El hombre de la otra cama, se sentía feliz. Podía cerrar sus ojos e imaginar a su gusto las hermosas escenas y horizontes que el otro le describía.

            Pasaron días y semanas. Un día, la  enfermera de la mañana llegó a la habitación y descubrió el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había muerto tranquilamente en la noche mientras dormía. Tan pronto como lo creyó oportuno, el otro enfermo preguntó si podía ser trasladado cerca de la ventana.  Lo logró, pero cuando se incorporó para gozar de  su primera visión del mundo exterior, vio una pared blanca.

Sumamente perplejo, preguntó a la enfermera qué pudo haber movido a su compañero de cuarto a describir tantas cosas maravillosas a través de la ventana. La enfermera le contestó que aquel hombre era ciego y que de ninguna manera podía ver esa pared. Y añadió: “Quizá él  solamente quería darle ánimo a usted”.

Hoy celebramos la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo y la purificación de María a  los cuarenta días de haber dado a luz. ¿Y qué es lo que ocurre?

            Cuando  María y José se acercan al Templo con el niño, vemos que no salen a su encuentro los sumos sacerdotes ni los maestros de la ley. Para ellos es una más de las muchas parejas pobres que acuden al Templo.

            Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Los dos pertenecen al “Grupo de los Pobres de Yahvé”. Son personas que no tienen nada, sólo su fe en Dios. Sólo esperan de Dios la “consolación” que necesita su pueblo, la “liberación” que llevan buscando generación tras generación, la “luz” que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.

En la tradición cristiana, esta fiesta se convirtió en el día de las candelas, en la fiesta de la Candelaria. Es una fiesta muy antigua, ya atestiguada por aquella monja peregrina, Egeria –probablemente abadesa de un monasterio de Galicia- que llegó en el siglo IV a Tierra Santa y nos describe así la celebración: «El día 40 después de Navidad se celebra aquí con una gran fiesta. Tiene lugar una procesión hasta la iglesia de la Resurrección y van todos con gran orden y alegría, como en la fiesta de Pascua».

Esta es la fiesta de la luz, en la que  los cristianos, con Simeón, damos gracias a Dios porque «mis ojos han visto a mi Salvador», al que es «luz para alumbrar a las naciones».

Simeón dice que Jesús va a ser bandera discutidasigno de contradicción. Ante esa luz, hay que tomar posición y no podemos quedarnos indiferentes. El paso del tiempo ha demostrado y sigue demostrando la profecía de Simeón: Jesús y su mensaje fueron y son signo de contradicción: frente a él hay aceptación o rechazo;  pasión o indiferencia; feo persecución.

Simeón le dice a María. “Y a ti una espada te traspasará el alma”. Y así se cumplió en Ella. Así la vemos en tantas imágenes de la Pasión.

Nosotros hoy, en esta eucaristía, le pedimos luz al Señor, para conocer la verdad y para descubrir la mentira que nos rodea y evitarla en nuestra conducta. Pedimos la luz que nos trajo María: la luz de Cristo y su evangelio, para ser también nosotros  luz para los demás, y, como el ciego de la parábola, animar y dar esperanza a muchos que sufren y no ven salida a su vida. Que no se nos eche en cara nunca aquello de “vosotros los que veis, ¿qué habéis hecho de la luz?”.

BAUTISMO DE JESÚS (12 de enero 2014)

En la escena del bautismo de Jesús se nos dice que “se abrió el cielo”. Con la muerte de los últimos profetas, los judíos sienten que, por su pecado,  Dios se calla y el pueblo sufre su silencio. Los cielos permanecen cerrados e impenetrables. No hay un horizonte de esperanza.

En el Bautismo de Jesús, felizmente, el cielo se abre. El Espíritu de Dios desciende de nuevo sobre los hombres. Este es el misterio celebrado en Navidad: el cielo se ha abierto. Dios está con nosotros, un Dios hecho carne, hermano, salvador y liberador nuestro.

Jesús no necesitaba ser bautizado, pues no tenía pecado del que arrepentirse. Su bautismo es una acción simbólica: él se pone en la fila de los pecadores, carga con los pecados de todos y entra en el agua para que todos sean purificados.

Jesús vivió (sumergió) su existencia terrena dentro de dos bautismos: el recibido en el agua, y el que él mismo realizó en la muerte, cuando de su costado salió, como dice san Juan, «sangre y agua». Con ese bautismo nos lavó, nos purificó, nos redimió.

En el primer bautismo, Jesús recibe una misión que le lleva, impulsado por el Espíritu, a dejarlo todo y a comenzar una vida nueva. Familia, trabajo, amigos, todo queda atrás. En adelante su madre y sus hermanos serán los que escuchan la Palabra de Dios. Su familia serán todos los hombres y mujeres porque todos son amados por Dios. Por medio del profeta Isaías, Dios dice a su pueblo “Mirad a mi siervo, a mi elegido”, sobre él he puesto mi espíritu para que realice su misión, una misión liberadora: dar vista a los ciegos, libertad a los esclavos, salud a los que sufren, el perdón de Dios a los pecadores. El Mesías, Siervo de Dios, será amor misericordioso y paciente: “la caña cascada no la quebrará”. Lo suyo será sanar, no matar; curar, no herir; salvar, no condenar; reconciliar y dar esperanza. Quienes hoy matan (injusticias que producen paro y hambre, abortos, terrorismo…), han  renunciado a su bautismo y a su fe cristiana. Hoy, en España…

Años más tarde, cuando Pedro proclama el evangelio a los judíos, les habla de Jesús, y  les dice que estaba “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu” y que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.

El Bautismo marcó un antes y un después en la vida de Jesús. A partir de él “pasó haciendo el bien”. Ese debería ser el distintivo por el que se nos debería conocer a sus discípulos. Como Él, hemos sido bautizados; el Espíritu descendió sobre nosotros, para que pasemos también por este mundo  haciendo el bien: ayudando a la liberación de tantos esclavos y oprimidos, y aliviando-curando de su dolor a los que nos encontramos en el camino.

Demos gracias a Dios hoy por nuestro bautismo. En él renunciamos a Satanás y a sus obras: la soberbia, la injusticia, la codicia, la lujuria, la envidia, la pereza para hacer el bien; y en él recibimos el Espíritu de Dios para vivir una vida nueva de fe y seguimiento de Cristo, de amor a Dios y a los hermanos.

Adjunto

Hoy algunos preguntan por qué hay que bautizar a los niños?, ¿no sería mejor dejarlo para que ellos decidan cuando sean mayores? La respuesta es clara:

Los padres dan a sus hijos lo mejor que poseen en todo orden de cosas: su cultura, sus convicciones. Transmiten a sus hijos su más rica humanidad. Ahora bien, los padres que reconocen, agradecidos, que su fe es su mayor riqueza, pueden y deben transmitírsela a sus hijos. Nadie dice a sus hijos: espera a que tengas 18 años para hablar, para formarte, y entonces escogerás la lengua y la formación que más te guste…

Por otra parte, los niños imitan el ejemplo de sus padres. Si los padres viven como creyentes, los niños crecerán en el mismo camino. Aun cuando un padre o una madre trataran de ocultar su fe de hecho y de palabra, no por ello dejarían libres a sus hijos. Aun en ese caso estarían educando a sus hijos en la convicción de que la fe cristiana es un asunto sin importancia.

Cuando un niño bautizado se ha hecho un joven, llega el momento para él de la conversión, el  momento de decidir si quiere realmente hacer suya la herencia espiritual de sus padres.

Cristo ha dado la salvación socialmente, no a personas aisladas, sino a un pueblo. Como todo rebaño tiene sus crías, así todo pueblo que crece tiene sus niños, cuya existencia humana está totalmente sostenida por la de sus mayores. De ahí que los niños no sean bautizados por tener personalmente fe, sino porque nosotros encontramos muy natural transmitirles nuestra fe. Introducimos a los niños en nuestra propia fe, los introducimos en la fe de la Iglesia. La práctica de bautizar a los niños pequeños  es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II.

El acontecimiento del bautismo debe estar continuamente presente en nuestra vida. Debería ser la mejor celebración que hiciéramos cada año.